No buscan diálogo sino relato

La política del siglo XXI se basa en la narración de historias. El independentismo catalán ha sido hábil en crear un relato falso, pero muy emocional y atractivo. Pedro Sánchez lo ha apuntalado al estar a punto de aceptar su relator-mediador.

Los independentistas han conseguido difundir un falsificado relato épico.
Los independentistas han conseguido difundir un falsificado relato épico.

Una nación es, básicamente, un relato. Y su imagen en el mundo, aún más. No tiene un sentido de verdad revelada sino de narración. Por eso, desde los tiempos más remotos, todos los imperios han exagerado sus éxitos y victorias. Desde las narraciones de Heródoto y los poemas épicos de Homero, la propaganda ha sido un pilar para conformar la voluntad de la población, aunque fuese manipulando los hechos. También los independentistas catalanes se han dedicado a falsear los datos históricos y los hechos para construir su relato. Han antepuesto hábilmente la narrativa a la realidad. Frente al discurso monocorde del ‘respeto a la ley democrática’, han hecho algo más eficaz: contar una historia a la gente y a los corresponsales extranjeros. Y, además, no cualquier historia, sino una épica de rebeldes con mucho encanto emocional, aunque sea falsa y basada en la insolidaridad. Así, han atribuido a España una imagen de Estado fascista, franquista y con presos políticos.

El secesionismo ha demostrado que es más diestro, muchísimo más, que los gobiernos de Madrid en elaborar relatos. De hecho, no ha llegado nunca al 50% de los votos en las urnas y, sin embargo, han sabido construir un relato romántico, el ‘procés’, que aglutina y mantiene en ebullición a dos millones de catalanes. Su voracidad gestual (manifestaciones, cadenas humanas, diadas, pseudo-rreferendums y esteladas) ha conseguido incluso anular las críticas racionales a sus mandatos: corrupción, mala gestión, imposibilidad de la independencia...

El relato soberanista ha sido falso y tramposo. Ha negado la evidencia, ha tergiversado la realidad y ha defendido intereses personales de unos pocos manipulando los sentimientos de muchos. Sin embargo, les ha funcionado. Hace un año, la designación por parte de Puigdemont de Torra como su sucesor fue como dispararse un tiro en el propio pie, como lo describieron algunos de los analistas que más han convivido con el ‘procés’, porque sacó a la luz y por escrito el rasgo más temido por Europa: el supremacismo racial. Pero supieron sobreponerse. La política de apaciguamiento puesta en marcha por Pedro Sánchez cuando llegó a la Moncloa les ha dado aire.

La clave, según la terminología de George Lakoff, es que están consiguiendo ‘enmarcar’ a su gusto el debate aprovechándose de la debilidad parlamentaria de Sánchez. Han sabido resistir los intentos de crear nuevos ‘frames’ (marcos, por seguir con la terminología de Lakoff) tanto del catalanismo no secesionista como del mensaje autonomista del PSC. Y ahora han conseguido colar una nueva pieza del marco mental separatista: la figura del relator-mediador.

Pedro Sánchez, imbuido de su espíritu de resistente, imaginó al instalarse en la Moncloa que podría doblegar al separatismo con una paciente estrategia de agotamiento. Creyó y aún lo sigue haciendo que hay que dejarles que piensen que avanzan seguros de su propia propaganda. Considera que hay que favorecer incluso la arrogancia del soberanismo (creer que con el 48% se puede romper un Estado y recomponer las fronteras de la UE; creer que los numerosos catalanes contrarios a la independencia serán sumisos; creer que desobedecer no tiene costes) para practicar después una maniobra envolvente: una vez que el independentismo esté envalentonado, aprovechar, como si de un luchador de judo se tratara, el empuje de la Generalitat para hacerlo caer con estrépito.

Craso error. El problema del presidente del Gobierno es que no ha asumido que sus contrincantes también están dispuestos a resistir tanto o más que él. Ya lo advirtió Sun Tzu: "El que quiera parecer débil para provocar la arrogancia de su adversario debe ser fortísimo". Y Pedro Sánchez es todo menos fortísimo. Para empezar, tiene un relato más frágil y voluble que los secesionistas. Y, para colmo, ha estado tentado de regalarles a cambio de nada otro ingrediente fundamental que han perseguido obsesivamente para alimentar su relato de pueblo sojuzgado: un mediador, como si se tratara de un conflicto internacional entre iguales.