Sobran maestros

La Conferencia de Rectores dice que las facultades españolas de Educación producen más maestros que los que son necesarios. Pero si nos tomamos en serio la mejora del sistema educativo, necesitaremos, precisamente, más maestros.

Si apostamos por mejorar la calidad de la educación, entonces no nos sobran maestros.
Si apostamos por mejorar la calidad de la educación, entonces no nos sobran maestros.

Sobran maestros, así lo afirma la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE); o faltan, según cómo se mire la realidad educativa española. La primera hipótesis la sustenta el hecho de que las facultades de Educación egresan cada año muchos más titulados de los que las escuelas pueden emplear, mientras que la segunda se apoya en el supuesto de que se necesitarían muchos más maestros y maestras para poder atender mejor al alumnado de infantil y primaria en grupos menos numerosos, para avanzar de verdad en la apuesta por una enseñanza bilingüe y en la delicada atención a las diferentes capacidades; para construir con carácter definitivo una enseñanza acorde con el contexto social del presente y del futuro.

Hay quien asegura que el sobrante de titulados empezó hace mucho tiempo, cuando una parte de los no admitidos en otras carreras acudieron a la Facultad de Educación en busca de un título universitario, tendencia continuada en un país que menosprecia la Formación Profesional. Otros opinan que la menor duración de las diferentes especialidades de la carrera animaba a cursarla, lo cual atraía a quienes dosificaban sus esfuerzos o también a los que pretendían acceder pronto al mercado de trabajo, en este caso casi siempre empujados por necesidades económicas de sus familias. No falta quien habla de que la razón está en las menores exigencias que se plantean en los grados de Magisterio para superar con éxito todas las materias, en relación a lo que se exige en otras carreras. ¿Quién sabe? Porque sobran también titulados en estas últimas en relación con las demandas sociales o laborales.

A pesar de esto, siempre es mejor que los jóvenes estudien una carrera; así tienen algo en que pensar y que hacer, no deambulan por calles y bares y de paso rebajan las listas de parados jóvenes. Sin embargo, la llegada de Bolonia no ha solucionado el complejo asunto que significa que la universidad acompase su acción, al menos en la parte de la cantidad de egresados, a las necesidades de la sociedad; otro asunto es si logra la mejor preparación de todos para la función que tendrían asignada en cada caso. A veces, se olvida que las facultades deben seguir siendo lugares de formación excelente, escenarios de debate múltiple y laboratorios de investigación científica y social.

El hecho real, objeto de este artículo, es que las universidades forman un 50% más de maestras y maestros de los que se necesitan hoy, según denuncia la CRUE. Nada extraño, habida cuenta de la proliferación de facultades de Educación; en Aragón son cuatro con campus físico, además de las que online ofrecen sus servicios a los estudiantes. Imaginemos por un momento que todos los egresados en un año concreto en Aragón -más de 500 solo en las facultades públicas- quisieran acceder en un plazo medio, pongamos tres años, a un puesto de trabajo en la escuela; no solo es imposible para ellos sino que además deberían competir con sus compañeros de los otros dos años. Además, dentro de algunos años faltarán niños a los que educar si sigue la tendencia del primer semestre de 2018, en el cual los nacidos en España fueron tan pocos como en 1941, cuando el país estaba destrozado por la barbarie bélica.

Pero démosle una vuelta al asunto para ver si no sobran tantos. El Congreso aprobó el 13 de diciembre pasado, sin ningún voto en contra, la reversión de una ley del PP que suponía aumentos del número de horas lectivas desde un mínimo de 25 en infantil y primaria, del 20% de la ratio en las aulas y la supresión de los diez días para nombrar profesores sustitutos. Imaginemos también una escuela en la que se atiende a grupos más pequeños y se favorece la inclusión, en la que las bajas del profesorado se sustituyen al día siguiente. Pensemos en proyectos de centro, realmente innovadores, que asignan horarios a profesores para las funciones de coordinación y dinamización. Supuesto todo lo anterior, se ganarían empleos y se aportaría calidad a la educación básica y de ahí hacia arriba.

¿Sobran titulados o faltan niños? ¡Cualquiera lo sabe! Lo que sí está claro es que el estado actual de la educación exige una lectura crítica, un análisis reposado de cara a mejorar la calidad de lo que se aprende y la eficiencia en la gestión de los recursos públicos en todos los tramos educativos.