Dos en uno

La peor de las circunstancias se produce cuando en coincidencia aparecen las crisis económica y política. Es entonces cuando se crea el oportuno caldo de cultivo para los populismos, capaces de reclamar el absurdo, pero convencidos de su utilidad

Las crisis económica y política refuerzan mutuamente sus efectos.
Las crisis económica y política refuerzan mutuamente sus efectos.
´Krisis'19

Existen crisis económicas sistémicas, brutales, con fuerza suficiente como para modificar modelos productivos y alterar la vida de millones de personas. Convivimos con la recesión bajo un cruel principio de normalidad, aceptando que tras la bonanza siempre aparece una gráfica con una marcada curva descendente. La asunción de su periodicidad y de sus dramáticas consecuencias -en España, según Intermón Oxfam, uno de cada seis hogares de clase media cayó durante la crisis en la pobreza y aún no ha logrado recuperarse- ha terminado por condicionar nuestra toma de decisiones, tanto las domésticas como las sujetas a las fuerzas macroeconómicas.

Una de las primeras noticias procedentes del Foro Económico Mundial de Davos -una cita privilegiada para descubrir las grandes corrientes macroeconómicas- ha sido la presentación de las conclusiones de la XXIII Encuesta Mundial de CEOs. Realizada por la consultora PwC, los resultados se muestran cautos ante cualquier optimismo. Al ser preguntados por las previsiones económicas de crecimiento, una gran nube negra ensombrece la opinión de los grandes ejecutivos. Son pocos los que creen que los próximos años nos esperan con los brazos abiertos. El resurgimiento de los nacionalismos y el auge de los populismos -señalan- han generado un deterioro de las expectativas económicas. Idéntica preocupación fue expresada y compartida por Angela Merkel y Emmanuel Macron en la renovación de la firma del tratado de Aquisgrán, donde quisieron dejar claro su desasosiego ante el avance de los populismos y los nacionalismos en Alemania y Francia. Confirmados tras el ‘brexit’ como los timoneles del destino más inmediato de la UE, su renovado frente común advierte de un mal creciente y de perfil transfronterizo.

Si una crisis económica siempre daña a los ciudadanos por su fuerza torrencial, su aparición en coincidencia con una crisis política genera efectos devastadores. La economía y la política, un tándem repleto de infinitas conexiones, fijan la estabilidad de un país y, lo que es aún más importante, su capacidad de superación y mejora. Bajo un absurdo menosprecio a los valores de la moderación política, que en absoluto son sinónimo de inacción o de falta de energía, han surgido en España al calor de la crisis económica (quizá, precisamente, por esta) el más agresivo de los movimientos nacionalistas y la frivolidad del populismo -en ocasiones incomprensiblemente acogido por los grandes partidos-, que han contribuido a la instalación de un círculo vicioso que frena la regeneración y el crecimiento económico. La política del impulso, de la urgencia, propia de los populismos y apoyada en el menosprecio hacia la reflexión y el análisis, se ha instalado en el común de los debates. Repensar para distinguir y discriminar entre el populismo más absurdo, que disfruta con la confusión y el ajetreo, y aquellas otras propuestas alejadas de la impaciencia, pero que nos conceden solidez, debería ser la primera de las ocupaciones de los partidos.

Este nuevo escenario, con minorías mayoritarias en el Parlamento y que ha alumbrado una etapa de pactos contranatura, pretende hacer creer al votante que la modernidad líquida de Zygmunt Bauman cuenta con un espacio de tolerancia. Este relativismo, interesado y que se interpreta como un simple oportunismo al perseguir el interés personal, corre el riesgo de fulminar la credibilidad política. Reflejos hay muchos y viajan desde los mensajes de Vox hasta las justificaciones de Pablo Echenique cuando una juez ratifica su sanción por pagar en negro a su asistente.

Puede que ese fatídico dos en uno que significa el sufrimiento de una doble crisis -la económica y la política- actúe como un factor desestabilizador, pero convendría recordar que los ciudadanos no son menores de edad y muestran su cansancio ante los mensajes simplones o los silencios de quienes habrían de ejercer su liderazgo. Esta etapa muda de la política, que se verá amplificada ante la proximidad electoral, no deja de ser una oportunidad para quien desee aprovecharla.

miturbe@heraldo.es