Exigencias de futuro

Unas administraciones más previsoras y atentas a las necesidades del futuro hubieran podido evitar la guerra entre taxistas y empresas VTC. No es sensato dar la espalda a las nuevas realidades tecnológicas que van a cambiar las ciudades.

La guerra que enfrenta a los taxis y a los VTC podría haberse evitado.
La guerra que enfrenta a los taxis y a los VTC podría haberse evitado.
POL

Baudelaire nos habló del alma de las ciudades y Jaime Gil de Biedma nos acercó a las ciudades de cristal innumerable como contexto para la vida. La ciudad moderna, a diferencia del concepto que del amor y del devenir del ser humano tuvo el genial Jaime Gil de Biedma, sí tiene exigencias de futuro y es presente de su pasado. Las ciudades son exactamente el resultado de las decisiones del pasado. Su porvenir, su propia supervivencia, está en saber resolver las exigencias que nos plantea el futuro.

La llamada ‘guerra del taxi’ que estos días colapsa Madrid o Barcelona, y que llegará a Zaragoza cuando la primera empresa VTC quiera instalarse, no es sino el resultado de arrastrar en el tiempo malas decisiones. Fue la Administración la que permitió en el pasado que las licencias para poder conducir un taxi pasaran de ser meros permisos administrativos a codiciados y carísimos títulos especulativos. No se pusieron los mínimos controles. Y cuando la demanda del servicio bajó, esas licencias, como si fueran un producto financiero de renta variable, se devaluaron. La dejadez de la Administración provocó esa burbuja y ahora le toca resolver el caos en un sector con muchos problemas. Pero más allá de eso, la lucha entre las empresas de ‘vehículos de transporte con conductor’ (VTC) y los taxistas nos da una muestra de cómo están cambiando nuestras ciudades y por qué la política local debe dar respuestas alejadas de la confrontación.

Las tecnologías del transporte han cambiado nuestras ciudades en el pasado y las van a cambiar en el futuro como nunca antes lo habíamos visto. Las calles son más anchas o más estrechas en función de las necesidades de los ciudadanos en el concreto momento en el que se diseñaron, por poner un ejemplo. Darles la espalda a las nuevas realidades tecnológicas es un error que hipoteca el desarrollo de una ciudad tal vez para siempre. En las ciudades donde no hay problemas de movilidad, lo primero que tienen que hacer las administraciones es… no crearlos. No parece que la implantación de las nuevas tecnologías en todo tipo de vehículos, también en el automóvil, contribuya a empeorar la movilidad, sino todo lo contrario.

La alcaldesa de Barcelona está muy satisfecha con la prohibición -llegada de la mano de la Generalitat- de que los ciudadanos de Barcelona y sus visitantes puedan contratar sin antelación y a un golpe de dedo en su móvil un vehículo VTC. Eso es todo lo que se le ha ocurrido a la Generalitat, prohibir. Los barceloneses pueden sacar de su bolsillo un móvil para, con un dedo y una simple aplicación en pantalla, consultar el tiempo, revisar si un vuelo que van a coger lleva la ruta anterior a tiempo o con retraso, encargar una pizza, buscar una calle, concertar una cita con un abogado, traducir el cartel de un banco chino o saber si sus hijos ya han salido de la escuela y están en su trayecto a casa. Pero no podrán contratar un taxi o un vehículo VTC en el acto sabiendo con antelación el precio, porque las mentes preclaras y progresistas que rigen su administración local y autonómica se lo prohíben. Como si la solución a los problemas del pasado fuera cercenar el futuro. Como si no fuese más útil para los ciudadanos ayudar al sector del taxi a sincronizarse con su tiempo y recuperar la competitividad perdida.

En realidad, el enfrentamiento taxi-VTC no solo era evitable sino que resulta absurdo. El tiempo así lo demostrará. No solamente no son incompatibles sino que estamos a mucho menos de una década de que unos y otros sean la misma cosa. La falsa dicotomía, el encasillar a uno u otro sector, el darles la espalda a las nuevas realidades tecnológicas y sociales, el enfrentamiento en la calle, surge porque políticos que no hacen política en sus instituciones y ámbitos de competencia dejan los problemas aparcados en el pudridero de la irresponsabilidad. Quieren vivir de etiquetar a los demás y de etiquetarse a sí mismos.

Algunos que se ponen la etiqueta de ‘progresistas’ nos quitan la geolocalización de vehículos, la inmediatez de respuesta y la seguridad legal de cerrar un precio cierto a través de un móvil y en un clic. Si llegan a ser más progresistas arrancan los motores y ponen dos mulas tirando.