Carlos Soria, alpinista: "Trabajé de tapicero, pero nací alpinista"

Carlos Soria (Ávila, 1939) ha hollado doce de los catorce ochomiles, diez de ellos después de haber cumplido los sesenta años.

Carlos Soria, en el Teatro Olimpia de Huesca.
Carlos Soria, en el Teatro Olimpia de Huesca.
Rafael Gobantes

El pasado viernes, invitado por la Asociación Peña Guara, presentó en Huesca su documental ‘La montaña, mi vida’. ¿Qué es lo que transmite en él?

Mi trayectoria como alpinista desde que con 14 años hice mi primera salida a la Pedriza, en la sierra de Guadarrama, hasta la fecha que tengo 79. Se puede ver cómo ha evolucionado el deporte de la montaña desde la posguerra, tanto el material que emplean sus practicantes como ellos mismos.

Tiene que ser todo muy distinto.

La actividad en sí no es muy diferente, pero ahora hay muchísima más gente que lo practica.

Poca se encontrará con sus años.

La verdad es que llamo la atención, todo el mundo tiene curiosidad por conocerme. De hecho, mis compañeros son más jóvenes que mis hijas.

Se le ha metido entre ceja y ceja ser la persona de más edad en subir las 14 montañas más altas del mundo y de hecho diez de ellas las ha escalado después de haber cumplido los sesenta.

De momento, puedo decir que en las catorce he estado por encima de los ocho mil metros. Solo me falta llegar a la cima del Shisha Pangma, donde he alcanzado la cumbre central, pero no en la principal, y el Dhaulagiri, al que espero volver en abril.

Su relación con esta montaña es muy particular.

He intentado subirla en nueve ocasiones; quizá sean demasiadas. Soy prudente y creo que, salvo una vez que sufrí una colitis, en el resto me he dado la vuelta por razones lógicas y nunca he regresado hecho polvo. Hay otras más complicadas como el Makalu, que la hollé a la primera con 69 años y es la más alta a la que he subido sin oxígeno. En el Dhaulagiri lo más arriba que he llegado ha sido a 8.050 metros y la cumbre está a 8.167. La última vez que lo intenté fue en septiembre, pero las condiciones no eran las mejores. Hubo una avalancha, había mucha nieve y era peligroso.

En ella también vivió su peor experiencia como alpinista

He tenido momentos complicados en el Annapurna o en el K2, pero allí en 2001 murió el aragonés Pepe Garcés. Íbamos juntos él, dos compañeros italianos, Edurne Pasaban y yo. El día no era muy bueno y en el último campamento solo se atrevieron a salir Pepe y uno de los italianos. De regresó se escurrió y cayó al vacío. Lo peor no fue al enterarnos de la noticia, sino después en el campo base recogiendo sus cosas. Aquello fue muy duro.

Se ha operado la rodilla izquierda, ¿cómo va la recuperación?

Me han puesto una prótesis porque ya no tenía cartílago. En 1970 me rompí esa pierna esquiando y siempre la había tenido un poco rara. Ahora ya estoy entrenando y casi puedo hacer la vuelta completa al pedal en la bicicleta que tengo en casa. Cuando algo te duele, mueve lo que no te duela, pero muévete. Todo el mundo debe hacer ejercicio y cuando mayor va siendo, con más razón.

¿Qué le atrae de la montaña?

Es un sitio para disfrutar. Muchos alpinistas lo venden como un sacrificio terrible, con frío y penalidades y no es así. Yo he estado en lugares peores como la Antártida. He disfrutado mucho de la vida y de la montaña. Allí voy a pasarlo muy bien, porque no solo es escalar, es viajar, conocer gente, lugares. Desde pequeño nací con esa inquietud por los espacios abiertos. No me gustaba estar en la ciudad, prefería ir al río, a las fuentes, al bosque. He hecho de todo, he tenido mi trabajo desde los once años hasta los 65 y una familia numerosa con cuatro hijas. Fui tapicero, pero nací alpinista.

Toda una vida en la montaña, pero ha sido ahora cuando le han llegado los reconocimientos.

A los Alpes fui en 1960 en Vespa y de camino subí el Tozal del Mayo. El Aneto lo he hecho con esquís, sin esquís, en verano, en invierno... He alcanzado la cima de todos los continentes. Estuve en el Cáucaso en 1968; en Alaska, en 1971; y en la primera expedición española al Himalaya, en 1973. Sin embargo, la vida del jubilado es algo fantástico. Llegar a los 65 años en buenas condiciones y con ilusiones por hacer cosas, sea subir montañas o lo que sea, es formidable y hay que aprovecharlo.

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