Dialogar… pero ¿de qué?

Sánchez y Torra han resucitado el ‘diálogo’. ¿Y de qué se puede hablar? ¿De lo que siempre exigen los nacionalistas? ¿De privilegios, financiación y competencias? Aragoneses, catalanes o andaluces somos todos españoles y todos iguales ante la ley.

Para Torra el diálogo es solo una excusa para mantener vivo el 'procés'.
Para Torra el diálogo es solo una excusa para mantener vivo el 'procés'.
F. P.

Uno de los problemas para entender lo que ocurre en Cataluña es que el ‘procés’ se va reescribiendo precipitadamente en función de acontecimientos que se salen del guion. No obstante, mantiene una constante que se puede denominar el ‘principio bicicleta’: pedalear constantemente para avanzar. Saben que en cuanto pierda la inercia, se desmoñará irremisiblemente. Así lo acredita la historia en otros casos semejantes como el de Quebec. Por eso, los dirigentes catalanistas siempre han sido muy audaces en la técnica ciclista: primero con el nacionalismo victimista de Tarradellas y Pujol; después, con el secesionismo de un Artur Mas oportunamente reciclado y, ahora, con unos desnortados Puigdemont y Torra, que han abocado a la Comunidad a un callejón de difícil salida.

En una permanente huida hacia adelante para mantener la bicicleta en pie, han manipulado sentimientos, se han saltado las leyes y han gastado ingentes cantidades de dinero en propaganda. Han explotado hasta la extenuación el sentimiento soberanista, que es amplio, pero no extraordinario; y sin un respaldo extraordinario no se puede impulsar una ruptura extraordinaria. Pero ellos han seguido pedaleando bajo la dirección de esa extraña alianza formada por la antigua Convergencia (la derecha catalanista de toda la vida), ERC (la izquierda independentista) y los antisistema de la CUP.

Ahora que el proceso independentista está moribundo y esperando que aparezca su enterrador, los líderes secesionistas se han sacado de la chistera uno de los más clásicos comodines de la retórica política: el diálogo. Pedro Sánchez se lo ha comprado porque los votos del independentismo son los que le llevaron a la Moncloa y porque con ellos quiere seguir ahí. Para ello, el Gobierno ha echado mano de otro tópico: ‘buscar soluciones políticas al conflicto catalán’. La cuestión es que son dos expresiones ambiguas que, como dice el refrán, lo mismo sirven para un roto que para un descosido.

Lo cierto es que se puede hablar de todo, pero no se puede negociar con los derechos de unos españoles para beneficiar a otros. Por eso no tiene sentido el otro tópico más recurrente: ‘Hay que negociar un nuevo encaje para que los catalanes se sientan cómodos en España’. No es cierto. Como dice Fernando Savater (‘¡No te prives!’), los catalanes no nacionalistas ya están cómodos en España, negocian con ella, viajan por ella y comparten muchos sentimientos con total naturalidad. Muchos nacionalistas, en cambio, ni están a gusto ni piensan estarlo porque su razón de ser ideológica consiste en gestionar tal disconformidad. Así que no tiene ninguna lógica cambiar las reglas de juego solo para dar gusto a quienes no piensan estar a gusto nunca mientras sigan dentro.

En realidad, la Generalitat solo pretende fingir que dialoga. El nacionalismo es así. La reivindicación permanente, el monotema, la matraca. No hay punto final. Si fracasan, pergeñan un nuevo discurso y vuelven a plantear un desafío rupturista, aunque son conscientes de que nunca harán lo que no se puede hacer.

Torra, Puigdemont y sus seguidores no quieren dialogar sino mantener vivo el ‘procés’ aunque sea con respiración asistida. Es su instrumento para mantenerse en el poder dilatando el proceso soberanista a hitos que nunca llegan. Ayer fue una teatral declaración de independencia, ahora es un supuesto diálogo, mañana quién sabe. Así, han momificado el ‘procés’ con el objetivo oculto de automantenerse tras comprobar que lograr un estado catalán independiente es imposible. Por eso, mientras acceden a ese indefinido diálogo, su discurso sigue siendo igual de fanático y supremacista que hace un año.

El ministro Borrell ha reconocido que el Gobierno ha tenido "poco éxito" en su intento de rebajar la crispación en Cataluña con su ‘política del ibuprofeno’. Pero Pedro Sánchez insiste. No quiere asumir que, aunque ahora haya logrado una declaración de diálogo, el efecto antiinflamatorio dura poco. Además, el ibuprofeno desinflama, pero no cura.