Kilo, litro, metro y confianza

La unidad principal para medir longitudes es el metro. La de masa es el kilogramo. La de capacidad es el litro. Y la unidad de medición en política es la confianza. Y esta auténtica columna vertebral del contrato social es la que hay que fortalecer.

La confianza es la unidad de medida de la política.
La confianza es la unidad de medida de la política.
POL

Ortega y Gasset describió en ‘La rebelión de las masas’ (1929) una Europa atribulada tras la I Guerra Mundial. Las sociedades se rebelaron contra las élites dirigentes y las culparon de todos los problemas, como ahora. El populismo arrolló a los partidos tradicionales. El comunismo y el fascismo adoptaron un estilo populista para conquistar a las masas asustadas. Y todo se precipitó en la II Guerra Mundial. Con más de 60 millones de muertos sobre el campo de batalla, Occidente asumió un nuevo paradigma. Las élites tenían tanto miedo a un contagio del comunismo soviético que recuperaron el pactismo social. Así se fortalecieron las clases medias a través del Estado del bienestar. En los años noventa, con el colapso de la URSS, este consenso social liberal se resquebrajó (Tony Judt).

La confianza fue dejando lentamente paso al miedo. Primero fue al terrorismo, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. Después, se propagó el miedo al otro, al extraño, al emigrante. Más tarde, a partir de 2007, el miedo se extendió a la quiebra del sistema financiero, a la desconfianza frente a políticos corruptos que robaban y se burlaban de la gente. Y la desconfianza alcanzó también a los intelectuales y a los encargados de generar explicaciones para los políticos y la sociedad.

España, que fue un ejemplo de éxito de cómo la democracia liberal puede modernizar aceleradamente a un país, también es hoy una sociedad temerosa. Este temor se manifiesta de muchas formas (preocupación, irritación, resignación, miedo, nuevo mapa político…), pero sobre todo en la cantidad de ciudadanos que opinan que todavía no se ha salido de la crisis.

La confianza se ha quebrado porque el fundamento del Estado liberal era: "No os preocupéis; os protegemos". Pero la ciudadanía cree que ya no protege. Todas las certezas que teníamos a finales del siglo XX en torno al Estado benefactor, el empleo y el futuro estable para los jóvenes, han sido sustituidas por el miedo, el descontento y la indignación frente a los políticos, la crisis de valores democráticos y el surgimiento de populismos.

Se ha roto, pues, la relación de confianza. Por eso, ahora, la tarea de todos debe ser recuperarla. ¿Y cómo podemos recuperar ese factor humano tan intangible como volátil? Para empezar, hay que asumir que la confianza se basa en comparar la situación actual. Si el ciudadano intuye que el futuro será peor que el presente, entonces deja de fiarse. Es irracional, pero las cosas no son lo que son sino lo que percibimos que son. Por eso es tan complejo para una sociedad el recuperar la confianza.

Es responsabilidad de cada ciudadano, no obstante, valorar en su justa medida lo que le ocurre a él y lo que ocurre a su alrededor. España no es un país subdesarrollado, acosado, violento y a punto de romperse, como proclaman algunos insensatos. El escritor Manuel Vicent lo recordaba oportunamente hace unos días en un artículo. Según ‘The Economist’, nuestro nivel democrático está muy por encima de Bélgica, Francia e Italia. Somos los mejores en donación y trasplantes de órganos, en fecundación asistida, en protección sanitaria universal gratuita, en esperanza de vida solo detrás de Japón, en energía eólica, en producción editorial, en conservación marítima, en tratamiento de aguas, en energías limpias, en playas con bandera azul, en trenes de alta velocidad… Organismos internacionales de toda solvencia declaran que España es el mejor país del mundo para nacer, el más sociable para vivir y el más seguro para viajar solos sin peligro por todo su territorio.

Está claro que España tiene problemas que debe solucionar. Los políticos están obligados a responder con más diligencia a este desafío. Pero el país no debe caer en las trampas cegadoras de quienes alientan la crispación y la desconfianza para pescar votos en río revuelto. La pérdida de confianza es letal. Por eso advertía contra ella el presidente Roosevelt en la época de la Gran Depresión: "Lo único que tenemos que temer es al mismo miedo".