Ha estudiado los permisos de paternidad y maternidad de 27 países europeos. ¿Cómo estamos en España?

La reforma legislativa que se está tramitando en el Congreso de los Diputados, si se aprueba, superaría con creces la situación del país más avanzado, que es Islandia. Allí tienen tres meses de permiso intransferible cada progenitor, y otros tres que se pueden compartir entre las dos personas, pero que en la práctica los utilizan las madres.

¿Qué cambios concretos traería la nueva ley?

Habría equiparación plena de los permisos para cualquier progenitor. Tendrían el mismo derecho, el mismo tiempo y la misma remuneración. Es decir, permisos iguales, intransferibles y plenamente remunerados.

¿Y eso qué supondría para el día a día de las familias?

Cuando los permisos son intransferibles y están bien remunerados, los hombres los usan. Los usan plenamente: si tienen cuatro meses, cuatro meses; si tienen una semana, una semana. Esto es beneficioso para los hombres porque no se pierden esa parte de la vida, pero también para las mujeres porque tienen la posibilidad de compartir la crianza.

Y porque se elimina la penalización laboral de las mujeres.

Claro, y la brecha salarial. Además, provoca un efecto multiplicador en la conciencia social y también es una palanca de cambio para transformar el sistema de roles de género.

¿Estamos tan atrasados que hace falta modificar una ley para que calen estos cambios?

Sí, necesitamos leyes. Es como cuando pasamos al carné por puntos. La conciencia social no provocó el cambio de comportamiento a la hora de conducir, sino que lo hizo la ley. No podemos esperar a que por iniciativa espontánea se produzca el cambio. Por iniciativa espontánea sale la inercia, y la inercia que tenemos es el mensaje estereotipado y diferenciado por género.

Hay quien pide, también dentro del feminismo, que no se igualen los permisos del padre y de la madre, sino que se prolongue el de madre.

Vienen a decir que en sus primeros años de vida una criatura tiene que estar solo con la madre, y que el padre, en caso de existir, no es necesario. Eso solo provoca que se consolide la división sexual del trabajo y el sistema ficticio de roles de género.

¿Lo consideraría un retraso?

Estos mensajes de sublimación de la maternidad cien por cien, a demanda, eliminando la corresponsabilidad de la otra parte de la pareja, son una aberración. Es reforzar el imaginario de que las mujeres solo sirven para la reproducción y el cuidado. No es así, las mujeres tenemos expectativas más allá, y los hombres tienen potencialidad para estar en el cuidado, no solo en el trabajo.

¿Las mujeres han salido peor paradas de la crisis que los hombres?

Sí, porque partíamos de una situación de mayor vulnerabilidad, de tasas de desempleo de dos dígitos, jornadas múltiples por trabajos no remunerados, víctimas del sistema machista...

¿Qué barreras quedan por romper en el mercado laboral?

Hay una muy importante, la que llamamos de los suelos pegajosos. Salir de esas bolsas de alta precariedad que están fuertemente feminizadas, con colectivos que trabajan en el empleo del hogar, la limpieza de hoteles o las temporeras de la fresa.

¿Qué pasa con las mujeres que renunciaron a trabajar para cuidar del hogar y se quedan solas?

La pensión de viudedad es una excepcionalidad porque la destinataria final no es quien ha sido sujeto cotizante. Ese no es el sistema. Con las mujeres que ya tienen una determinada edad, que han estado dedicadas al cuidado de las familias, hay que prever una prestación propia, no derivada de alguien que ha cotizado, que garantice un mínimo vital de subsistencia en condiciones dignas.