Sánchez hunde al PSOE en formol

Pedro Sánchez reverdece la teoría de Rajoy de que gobernar es resistir. Esta semana ha reiterado que pretende agotar la legislatura con o sin presupuestos. Mientras tanto, el PSOE languidece, desdibujado por el tacticismo y la confusión ideológica.

Sánchez ha metido a su partido en formol para que no le moleste.
Sánchez ha metido a su partido en formol para que no le moleste.
Krisis'18

Vivimos una época de reformulaciones. En tiempos líquidos no hay certezas. Así se explica que, mientras los comunistas actuales son los mejores gestores del capitalismo (China y Vietnam), los países capitalistas desarrollados van en la dirección del comunalismo cooperativo como manera de superar el capitalismo (Zizek). En este contexto, la socialdemocracia sigue buscando un ideario para reconquistar a su electorado natural mientras se desmorona en prácticamente todas las citas electorales. Sufre un evidente distanciamiento de las clases medias por el enfado/miedo de los ciudadanos por cómo los partidos tradicionales han gestionado la globalización y la salida de la peor crisis económica desde la Gran Depresión.

¿Y en España? Es uno de los pocos países europeos donde hoy gobierna un partido socialista. Pero Pedro Sánchez, capitidisminuido con sus 84 diputados, sin un programa y ante un intenso ciclo electoral a punto de comenzar, está optando por la misma estrategia que su antecesor: resistir. Y no lo tiene fácil. Enfrente tiene una oposición (PP y Ciudadanos) que ha intensificado su hostilidad porque entre ellos se disputan el electorado de centroderecha. Al lado se han colocado unos presuntos aliados que lo pueden devorar en cualquier momento: unos porque están en guerra con el Estado para lograr la secesión (ERC, PDECat y Bildu), otros porque quieren privilegios para su Comunidad (PNV) y otros porque pretenden arrebatarle su electorado (Podemos). De cualquier modo, el ave fénix del socialismo español es un auténtico superviviente que no piensa desperdiciar su oportunidad, aunque sea a costa de anestesiar a su partido.

En sus casi 140 años de historia, el PSOE ha vivido múltiples ‘actualizaciones’. La primera ya surgió en su fundación: su primer programa asumía el marxismo aspirando a la nacionalización de la propiedad, pero inmediatamente reclamaba derecho de asociación, libertad de prensa y sufragio universal. Más tarde, se entusiasmó con la revolución soviética de 1917, pero acabó colaborando con el dictador Primo de Rivera. Y en el periodo de la Guerra Civil aún se intensificaron más esos giros. La retahíla de ‘aggiornamentos’ alcanzó un punto álgido con Felipe González en los años setenta. Fue él quien devolvió al PSOE la ocasión de gobernar con su audaz maniobra para borrar el culto al marxismo en 1979. González y Alfonso Guerra fueron capaces de encabezar un proyecto progresista, modernizador y homologable con el resto de los partidos socialdemócratas europeos.

La etapa de José Luis Rodríguez Zapatero fue la de la vacuidad ideológica e intelectual. "Pensamiento Alicia", lo definió ingeniosamente el filósofo Gustavo Bueno. Acabó con el PSOE del proyecto político de la Transición, basado en el consenso, y desarrolló la estrategia de asumir como propias, paradójicamente, las tesis de los nacionalismos periféricos.

Hoy, Pedro Sánchez puede convertirse en el enterrador definitivo de aquel PSOE que triunfó en 1982. El único programa claro que se percibe en la Moncloa es que su actual inquilino no quiere cambiar de residencia, aun a costa de aceptar la deriva antiliberal del nacionalismo. No hay, pues, ni confusión estratégica ni desajuste ideológico coyuntural. Hay un presidente del Gobierno que ha metido a su partido en formol para que no le moleste.

Casi medio siglo después del congreso de Suresnes (1974), aquellos que se hicieron con el control del partido han desaparecido o se han convertido en incómodos ‘jarrones chinos’ (según Felipe González). Sin haber superado todavía las secuelas del mandato de Zapatero, el PSOE está ya en manos de una nueva generación que no vivió la Transición. Ha rejuvenecido, sin duda, pero ya no se le percibe con una identidad diferencial. Ya no resulta atractivo. El tacticismo lo ha desdibujado. Hoy solo parece una obsoleta maquinaria dedicada en exclusiva a mantener el hiperliderazgo de Pedro Sánchez y de algunos ‘barones’ regionales.