La yenka electoral

La mayoría de los ciudadanos españoles rechazan la tensión y la crispación que invaden la vida política. Las instituciones tienen que consagrarse a la resolución de los graves problemas sociales y no al enfrentamiento partidista.

No es momento de que los políticos se pongan a bailar la yenka, sino de que busquen y acuerden soluciones.
No es momento de que los políticos se pongan a bailar la yenka, sino de que busquen y acuerden soluciones.
ISM

Hay una canción de verano que se popularizó en el año 1965 y que creo que a pesar del tiempo muchos la recuerdan. Se llamaba ‘La yenka’. La popularizaron Johnny and Charlie. Fue famosa por su baile repetitivo de pequeños saltos laterales y frontales y que, después de todo, uno se queda donde estaba. Estribillo fácil, baile sencillo y melodía pegadiza. Creo que todavía terminan muchas verbenas populares bailándola.

No he podido resistir la tentación de pensar que se ha puesto de moda este baile. Son muchos los personajes cuyas declaraciones escucho y leo día tras día en los medios de comunicación que bailan al ritmo de "izquierda, izquierda, derecha, derecha, adelante, detrás, un dos, tres…". Supongo que según sus preferencias elegirán a quienes colocan adelante, a la derecha, a la izquierda o detrás. Ahora bien, si nos atenemos a los resultados del último sondeo del CIS, sin entrar en el polémico tema de la estimación de voto, comprobarán que la mayoría de los ciudadanos colocan atrás a los políticos.

Esta afirmación y posicionamiento lo deduzco de la respuesta que dan a una de las preguntas: "Por lo que Ud. sabe, ¿cree que en estos momentos en España hay mucha, bastante, poca o ninguna crispación y tensión política?". Y un 64% ha respondido que hay mucha crispación, y un 27% que bastante. De modo que, con un pequeño margen de error, podemos concluir que el 91% de la población española cree que la política está desmadrada. Y, por supuesto, al preguntar quiénes son los causantes de tal crispación, la respuesta más frecuente es que son los políticos; y también añaden, pero a bastante distancia, los medios de comunicación. Los encuestados se sitúan en contra de dicha crispación, casi el 90%.

No creo que los entrevistados por el CIS estén muy equivocados en la atribución de las culpas. Basta con que recordemos las sesiones de control parlamentario de cada miércoles. Cada semana suben más la tensión y la crispación, producto, sin lugar a dudas, de la incertidumbre política a la que ahora hemos de añadir la inundación de las cloacas que cada vez huelen peor. Parece que en el Parlamento se ha puesto de moda acusar a los que gobiernan de destrozar al país, lo que está produciendo una profunda desazón social y política que yo considero muy grave. Cuando lo que debería proponer y debatir es cómo reformar las instituciones que no funcionan; y nosotros, los ciudadanos, deberíamos controlar democráticamente las decisiones que más nos afectan. La pérdida de la confianza en estas puede llevar, de hecho en algunos países ya se está produciendo, a buscar soluciones fuera de ellas y entonces puede ser demasiado tarde para rectificar.

En todos los procesos históricos es fundamental conocer y estudiar sus causas para así poder entender las consecuencias. De la radicalidad antidemocrática al odio hay un paso que es fácil traspasar: odio al que gobierna, odio a los ciudadanos que tienen posiciones distintas. Si has perdido la confianza en las instituciones democráticas es más fácil que no haya respeto para el distinto, el diferente, falla la convivencia y no es posible entonces el disentimiento. No podemos olvidar que para muchos de nosotros la democracia sigue siendo un ‘demos’ con libertad para decidir su destino. Ahora bien, esta supuesta igualdad política se puede convertir en una farsa ante la galopante desigualdad económica.

Es por ello importante conocer algunas conclusiones aportadas por el tercer informe sobre la desigualdad publicado por la Fundación Alternativas. Destaca el profundo deterioro del empleo y el carácter restrictivo de las políticas de ajuste que han dado lugar a un crecimiento, "sin parangón en los últimos cuarenta años", del porcentaje de hogares con rentas por debajo del 60% de la media. A su vez, pone de manifiesto que casi uno de cada seis hogares caracterizados como clase media antes del cambio de ciclo económico habría pasado al estrato de rentas más bajas en poco más de un lustro. Se ha agudizado también la desigualdad dentro de cada grupo, sin grandes cambios en el estrato más rico y con un drástico aumento dentro del grupo de rentas bajas.

Parece pues evidente que no son tiempos de la yenka que algunos bailan, sino de pactar y consensuar un proyecto común y solidario de país.