Por
  • Guillermo Fatás

Hablar español en España no es abusar

Diccionario de la lengua española
Diccionario de la lengua española
RAE

A Gloria Lago, una valerosa madre gallega, la quieren fatigar a base de improperios y de llamadas anónimas a todas horas, de contenido sumamente soez y machista, que no vale la pena reproducir. Imagine el lector un desahogo brutal, violento y sexista contra una mujer y probablemente se acerque un tanto a esas amenazas repugnantes.

Lo que viene a decir la señora Lago es que enseñar en español está prohibido en los centros públicos catalanes. En los baleares, valencianos, gallegos y vascos, a la lengua común (segunda del mundo en hablantes vernáculos) se le imponen graves restricciones y cuatro de esas regiones no la usan en la burocracia educativa, incluidos los comunicados a las familias.

Ya hace años que en RTVE está prohibido que los profesionales usen los topónimos en español, de forma que ni un locutor, ni una meteoróloga, ni el personal de redacción puede escribir, o decir, Lérida ni Orense, como si esas dos ciudades no tuvieran nombre en la lengua común de los españoles. No se trata de ese género de pedantería, o de ignorancia, que lleva a decir Mainz por Maguncia o Tibilisi por Tiflis. Son instrucciones de la Administración para que olvidemos que existen topónimos como Gerona y Fuenterrabía. La inconsecuencia es visible cuando, más allá de estas reglas necias –cuya violación puede acarrear sanciones a los infractores–, los periodistas utilizan ‘leridano’, o ‘ilerdense’ y ‘gerundense’ u ‘orensano’, en lugar del gentilicio que corresponde en la lengua regional, lo cual sería el cuento de nunca acabar, ya que habría de saberse que a un estellés se le debería denominar lizartarra, haciendo caso omiso de que Estella fue el nombre que le impuso su fundador, Sancho Ramírez, rey a la vez de aragoneses y pamploneses, en el siglo XI.

Hipercatetos

La alcaldesa de Gerona, distinguida activista del separatismo, hizo una campaña pidiendo que no se llamase así, sino Girona, a la ciudad del Oñar. Lo pedía a modo de cortesía para sus habitantes, como si les ofendiera el viejo nombre, usado, durante siglos, también en lengua catalana. Mentalidades tan estrechas no ven la viga en ojo propio: jamás se refieren los medios de comunicación que controlan las administraciones nacionalistas, a –pongamos por caso– España, Aragón, Huesca, Teruel o Zaragoza. Dice, como es natural cuando se habla en catalán, Espanya, Aragó, Terol, Osca y Saragossa. Y aquí no se ofende nadie. Son hipercríticos... e hipercatetos.

Compañera del imperio

Se atribuye a Elio Antonio de Nebrija la expresión famosa ‘La lengua es compañera del imperio’. La escribió, casi de esa forma, "Siempre la lengua fue compañera del imperio”, en 1492, año superlativo de la historia española: en menos de doce meses, se ultimó la victoria sobre la dominación islámica en la Península, llegaron a América las naves colombinas y el sabio andaluz publicó su atrevida y pionera ‘Gramática’. No fue el primero que tuvo la idea. Ya se aprecia en Cicerón, y en el andalusí Ibn Hazam y es poco el antecedente aragonés que pudo haber inspirado directamente la frase de Nebrija. El jurista zaragozano Gonzalo García de Santa María, de linaje de judíos conversos, fue segundo de a bordo del justicia de Aragón y asesor de Fernando el Católico. Editó los Fueros de Aragón, tradujo a Catón y escribió una interesante biografía del padre de Fernando, el rey Juan II, en la que defendía su autoridad frente a la deslealtad de la Generalidad catalana, que generó una dolorosa y larga guerra civil. Publicó un libro piadoso de éxito, traducido a su manera de san Jerónimo y años más tarde prohibido por la Inquisición. Eran vidas de santos que, por ejemplo, Teresa de Cepeda leía cuando niña y le generaban fogosos anhelos de martirio y aventura, como a don Alonso Quijano le sucedería leyendo los Amadises y otros disparates.

Lo que micer Gonzalo dijo, poco antes de que Nebrija publicara su conocida frase, fue esto: "La fabla comúnmente, más que otras cosas, sigue al imperio". Es decir, que, por lo común la lengua, más que otras cosas, va en el séquito del imperio que crea un pueblo. Y eso unas veces sucede y, otras, no. Si fuera regla universal, los españoles hablaríamos godo, o árabe. Y los francos, que dieron nombre a Francia, eran germanos que, a pesar de su imperio -el carolingio- acabaron hablando ese romance latino que hoy se llama francés.

Los separatismos españoles se basan en la lengua, lo que no es tan frecuente como se cree: así, Panamá se desgajó de Colombia y los aimaras y quechuas no aspiran a estado propio, como tampoco los germanohablantes, que viven en diversos estados nacionales sin mayor problema, a menos que surja un Führer desequilibrado.

Lo que pide Gloria Lago (que ya ha reunido 400 000 firmas) es que, sin mermar la presencia de las demás lenguas de España, pueda usarse el español o castellano como lengua común de los españoles. No parece tan raro. Pueden informarse mejor en el portal http://hispanohablantes.es/