Todo es líquido

Vivimos una época en la que da la impresión de que todas las certezas han desaparecido.

La incertidumbre lo anega todo, como el agua desbordada de los ríos.
La incertidumbre lo anega todo, como el agua desbordada de los ríos.
Daniel Pérez/Efe

Tras la gota fría y las inundaciones que han sufrido varios lugares de Aragón y de España parece una broma siniestra volver a la modernidad líquida. Pero la incertidumbre lo anega todo sin que por ello aparezca en los telediarios. Hasta las hipotecas, tal vez uno de los últimos bastiones sólidos en los que podíamos creer, han dejado de ser un tejado, incómodo pero seguro, en el que esperar a que pase un helicóptero.

La periodista y escritora Alma Guillermoprieto, premiada recientemente con el Princesa de Asturias, ha calificado la verdad, con la aspereza de una ranchera de Paquita la del Barrio, como una "mentira absoluta". La relatividad en la que nos movemos tiene ventajas, asociadas a lo moderno, pero hay que advertir que también serios inconvenientes. El primer efecto de la ausencia de referencias fiables, que se desmoronan ante la corriente, es nuestra propia desorientación, de la que deriva la llamada cultura del selfi.

Nada de eso es, sin embargo, realmente nuevo. El agustino Manuel Risco, de la Real Academia de la Historia, decía en el siglo XVIII que "a tal libertad se ha llegado en los últimos tiempos que muchas cosas creídas por todos nuestros mayores se han puesto en controversia". "Como si los hombres de nuestra edad -añadía- fuesen de la vista más perspicaz y aguda para distinguir lo que se debe creer". El trabajo, las relaciones personales, las instituciones, las fronteras... Todo eso que alguna vez pareció sólido nunca llegó a serlo. Lo mismo que las torrenteras secas y abandonadas durante años que en un instante se transforman en ríos de destrucción. Es la perspectiva lo que habíamos olvidado.