La gripe y las banderas

El virus que expande el nacionalismo quizá no tenga vacuna.

El nacionalismo se expande como un virus.
El nacionalismo se expande como un virus.

Estoy en la sala de espera de mi centro de salud, sentado junto a un cartel que informa sobre la vacunación contra la gripe. Y mientras aguardo mi turno para entrar en la consulta, me he puesto a releer ‘El cuaderno gris’, uno de mis diarios favoritos. Josep Pla empezó a escribirlo en 1918, hace un siglo. En una de las primeras páginas me topo con esta jocosa entrada que subrayo cien años después, coincidiendo con la actual fiebre independentista en Cataluña: "14 de marzo [de 1918]: Ahora, finalmente, da gusto vivir en Cataluña. La unanimidad es completa. Todo el mundo está de acuerdo. Todos hemos tenido, tenemos o tendremos, indefectiblemente, la gripe".

Me pregunto si existirá vacunación posible para este trancazo colectivo y contagioso que es el nacionalismo y que vuelve a repuntar de nuevo, como antaño, en la Europa del siglo XXI.

En España comenzamos el mes de octubre liándola con las banderas. Sí, estas son diferentes aquí, allí y más allá, pero el viento que las mueve es igual en todas partes. Unamuno decía que el nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando y nada parece más viajero y cosmopolita que el viento, al que nada le importan una frontera o dos.

Cada cual tiene derecho a sentir los colores de su bandera como quiera. Nada que objetar. Pero en la escuela aprendimos que, haciendo girar un disco de colores a gran velocidad, estos desaparecen en favor del blanco. Y blanco es el color de la paz y el diálogo. A esa bandera, la de la concordia, yo sí que me apunto.

Jesús Jiménez Domínguez es poeta