Pérdidas gualdas

El avance de los nacionalismos periféricos convierte lo español en algo marginal.

Una bandera española en Barcelona.
Una bandera española en Barcelona.
Alejandro García / Efe

Lo español como algo subversivo, lo español como marca de una sociedad secreta, España con pátina iniciática: grado 33 para los aventajados de la rojigualda, más abajo perdonavidas de la tricolor republicana, en la base federalistas simétricos, casi fuera, asimétricos. Aragoneses y extremeños, alumnos aplicados, que con esfuerzo tratan de sacar el curso adelante y ven cómo el revienta aulas de turno disfruta de diálogo preferente y prebendas exclusivas. Sin tren desde Teruel, mil horas de Almendralejo a la capital y los Armadas postmodernos con su lazo amarillo siguen a lo suyo. Abuelicas que no pueden ir a misa en castellano en Salou, al pobre Telmo, que nació en Bilbao, su padre ingeniero burgalés no le puede ayudar con la Biología en euskera; los del Valvi Girona se iban a Gijón para matricular sus coches, hoy volverían decepcionados con una XI en su Seat Ateca. Los cromos de mi infancia mentían: ¿Desde cuándo Juliá se llama Narcís? Si mentían los cromos de la liga, los cartones y el pegamento, si ellos mentían no queda nada, solo el recuerdo de mi padre y yo apurando los días antes de un nuevo curso.

Perdimos España por corrección política y rodillo mediático, hemos perdido España por matemática democrática. Al final, el camino nos lleva a la queja y el desorden. Al final, habrá que hacerse nacionalista. Paz en las matemáticas. Suma y sigue. Mes de octubre, camino de La Coruña, Periferias en Uesca. Uesca independiente, fuera unionistas, ni españoles, ni cheposos. Con perdón.

Octavio Gómez Milián es profesor y escritor