Los planes de pensiones

La escasez de los incentivos fiscales y la falta de una cultura del ahorro han limitado en España el crecimiento de los planes de pensiones. Pero lo que hay que hacer no es ‘castigar’ a los ahorradores, como pretenden algunos partidos, sino todo lo contrario.

Los planes de pensiones nacieron como complemento a las pensiones públicas.
Los planes de pensiones nacieron como complemento a las pensiones públicas.

Los planes de pensiones nacieron en España como un instrumento de ahorro a largo plazo que sería utilizado como complemento a las pensiones públicas que percibirían los trabajadores una vez alcanzada la edad de su jubilación. Era también un doble aviso a navegantes: España tenía que fomentar una cultura del ahorro, hasta entonces (y hasta ahora) desconocida, y se vislumbraba que en el futuro las pensiones públicas no serían suficientes para garantizar un adecuado nivel de vida a los españoles. Para incentivar el establecimiento de estos planes de ahorro se les dotó de unas ventajas fiscales que permitían reducir la cuota del IRPF de una forma significativa, si bien fue disminuyendo esta ventaja hasta la situación actual.

La poca habilidad, dedicación o éxito de las gestoras y la voracidad de los bancos, perceptores de unas comisiones desmesuradas, hicieron que estos instrumentos de ahorro resultaran mínimamente rentables para sus titulares, cuando no daban pérdidas. Tampoco la gente acabó de entender el rígido bloqueo a que se sometían sus dineros, debido precisamente a esa incultura financiera, interesada muchas veces y propiciada desde los poderes públicos, de la que siempre ha adolecido este país. Desde la escuela habría que haber educado a los españoles en unos mínimos conocimientos y prácticas económicas, entre ellas la necesidad del ahorro y la previsión; y también hubiera sido necesario un control más estricto de cómo iban cotizando las empresas y trabajadores, mediante informaciones periódicas de la vida laboral y de las perspectivas de sus pensiones. Nada hicieron en este sentido los sindicatos, que tendrían que haber peleado mucho más activamente en favor de los derechos de los trabajadores para evitarles esas desagradables sorpresas con que muchos de ellos se han encontrado, al comprobar cómo se cotizó mal por ellos, o no se cotizó, con la consecuencia de unas pensiones menores a las esperadas. Pero así era el sistema.

Pese a todo esto, hay más de nueve millones de españoles que tienen alguna clase de planes de pensiones, que acumulan más de cien mil millones de euros; apenas un 10% sobre el PIB, mientas que la media de los países de la OCDE es superior al 80%, según datos de Inverco, la patronal española de instituciones de inversión colectiva. Esto da idea de la vulnerabilidad de nuestro futuro como pensionistas si hubiera una verdadera crisis del sistema público, y no es descartable que la haya. Y da también idea de cómo la previsión privada en los países de nuestro entorno está mucho más arraigada en la conciencia de la gente, que acepta que las pensiones públicas deben ser complementadas con sistemas de ahorro privado que se supone deben hacerse como esfuerzo adicional durante toda la vida laboral. Desde el mismo comienzo de la misma.

Estando así las cosas, y siendo los planes de pensiones como se ha dicho uno de los pocos, por no decir único, instrumentos de ahorro para la jubilación, vienen ahora algunos partidos como Podemos que pretenden que se supriman los estímulos fiscales de que gozan para descafeinar así su interés y su viabilidad, a cambio de obtener, según se ha dicho, unos dos mil millones de euros para esa nebulosa presupuestaria que la izquierda denomina ‘el gasto social’. ¿Qué persiguen con esto los podemitas? ¿Castigar más si cabe el ahorro y fiar el futuro del bienestar de las clases medias y trabajadoras, como tanto repiten ellos, a un más que dudoso sistema público de pensiones que está ya dando síntomas de agotamiento?

El gobierno debiera salir al paso de estas incongruentes iniciativas y declarar no solo su voluntad de afianzar los planes de pensiones, sino de buscar la forma de mejorarlos controlando la avaricia de los bancos y estableciendo mayores exigencias a las gestoras; mejorando incluso la fiscalidad en los rescates, de modo que se anime de verdad a la gente a utilizar estos sistemas de previsión como garantía de que en su día de mañana podrán ver mejorada su situación como pensionistas.

No cabe duda de que este tipo de mecanismos de ahorro deben trascender a los colores de los sucesivos gobiernos y tener vocación de permanencia, pues son asuntos de interés nacional, y jamás deben ponerse en almoneda para conseguir un puñado de votos para mantenerse en el poder aunque perjudiquen a millones de compatriotas. Si hay cosas que no admiten el manoseo indeseable de unos políticos sin escrúpulos, una de ellas es sin duda la cuestión de las pensiones, tanto en su vertiente pública como en la que se refiere a los planes de pensiones privados.