Abatir a Sánchez

Que la oposición ataque encarnizadamente al presidente es lo habitual en la política española.
Que la oposición ataque encarnizadamente al presidente es lo habitual en la política española.
POL

Pedro Sánchez y su tesis son la diana donde se concentran los ataques de parte de la oposición y de diversos poderes fácticos de la sociedad española. La ministra portavoz, Isabel Celaá, se quejaba de ello en una de sus comparecencias. Denunciaba el acoso personal y el intento de derribo a los que están sometiendo al presidente con el tema de su doctorado. Dice que es un boicot, una forma de «montar ruido y abatir al gobierno». La señora Celaá ve en ello un claro propósito de defenestrarlo a él, a su equipo y al PSOE. Y hay que reconocer que tiene razón. Es obvio. Está a la vista de cualquiera que Sánchez sufre y va a sufrir todo tipo de ataques, escarnios e insultos.

Si no consiguen hacer que caiga por el asunto de la tesis, que no caerá, buscarán otras debilidades. Cualquier detalle que permita denigrarle y hundirle en la miseria será utilizado en su contra. Como lo será cualquier otro error, presente o pasado, que cometa un miembro de su gobierno. Es una obviedad lógica y previsible de nuestro sistema político. Estamos instalados en el encarnizamiento que solo aspira a cebarse en el daño al adversario, convirtiendo al otro en enemigo. Una lógica de trincheras nada provechosa.

La política etimológicamente tiene que ver con la vida en la ‘polis’, con la vida en sociedad. Lo político aflora en cuanto dos o más personas han de convivir. Si esto es así, la política siempre estará tensada por dos fuerzas. Una es la búsqueda del bien común. Otra la del ejercicio del poder. Sobre ambos asuntos se han escrito páginas y páginas, desde los griegos hasta nuestros días. El primero, el bien común, es bastante complicado de consensuar porque las miradas personales tienden a primar el interés particular como argumento que legitima el interés general. El hecho de disponerse a buscar lo mejor para el conjunto es una actitud que requiere de unas circunstancias hoy ausentes. El segundo, el poder, es un fenómeno de innumerables aristas, íntimamente ligado a la pulsión emocional e instintiva que todo sujeto alguna vez siente al intentar imponer su voluntad. Y gobernar es tomar el timón y trazar el rumbo en un cosmos donde los puntos cardinales están dados, pero no necesariamente se comparten.

De hecho, en cuanto convivimos aparece esta dimensión política donde la toma de decisiones está atravesada por las tensiones que produce la diferente manera de ejercer la voluntad y el deseo. Por eso mismo lo político es un espacio emocional y afectivo en el que se manejan distintos niveles de percepción y de conciencia. No todo el mundo quiere viajar por la misma ruta ni al mismo norte. Entran en juego distintas racionalidades. Lo racional se fragmenta en función de las premisas de partida y de los objetivos. Si no se mantiene como condición axiomática el respeto al otro y la necesidad de ayuda mutua, el escenario cambia radicalmente.

Sánchez tumbó a Rajoy de forma inesperada. No tenía suficientes diputados en su grupo, pero consiguió aunar voluntades y el Parlamento le dio la llave del poder. Sin embargo, habla y se mueve como si hubiera ganado las elecciones y tuviera mayoría absoluta. Ha resistido el embate al colocar en puestos de libre designación a su recua de amigos. Ha conseguido soterrar puñaladas internas, aguantando hasta subir a la cúpula de su partido. Han ubicado a su esposa en un puesto para el que está ‘infracualificada’ pero ‘hipercolocada’. Sabe que tiene el tiempo justo para sembrar la escena de frescura, cebar las conciencias de promesas y engatusar al electorado para continuar en el poder. En esta sociedad del espectáculo necesita la hegemonía mediática. Desde el minuto uno ha puesto a sus fieles a trabajar con ese propósito. Controlando el CIS y RTVE esperan manipular adecuadamente los vientos de la opinión pública. El problema es cómo llegó a la Moncloa y el tablero en el que se mueve. La puerta trasera no es la mejor entrada. Hacía falta ventilar la podredumbre de la corrupción que se imputa al gobierno de Rajoy, pero lejos de entrar bocanadas de aire puro, ha traído consigo el perfume característico de los ‘sociolistos’ españoles. Sigue oliendo a podrido. La siguiente pieza de esta cacería es él y lo sabe.

Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universidad de Zaragoza