Por
  • José Luis de Arce

Cataluña: tomar decisiones

Casi no me atrevo a escribir sobre Cataluña. No quiero echar ni una sola astilla más de leña al fuego. Quiero ser prudente, pero no se puede ni se debe dar la espalda al que hoy es sin duda alguna el principal problema que encara y preocupa a la sociedad española a la vuelta de este verano que está cercano a terminar. Precisamente el haberle dado la espalda tanto tiempo es lo que nos ha traído hasta este límite; y si el nuevo Gobierno persiste en ignorar el asunto, en no entrar con seriedad en la búsqueda de una solución, en tratar de entretener con artimañas, en dilatar el tiempo con falsos e inútiles señuelos, las cosas no harán más que empeorar hasta que se vayan peligrosamente de las manos.

El disparate independentista sigue creciendo día tras día, con unos líderes envalentonados y amenazantes, produciendo serios perjuicios para la imagen de España y una enorme inquietud en la sociedad española. Tras el paréntesis del verano, me temo que la virulencia del asunto va a ir ‘in crescendo’ y va a poner contra las cuerdas a un Gobierno buenista al que se va a exigir una decisión.

Sobre la mesa, Pedro Sánchez tiene, a mi modo de ver, cuatro opciones, de las que lo antes posible deberá elegir una o una combinación de algunas de ellas. La primera sería seguir cediendo y acceder a los deseos independentistas, lo que sería iniciar y permitir un proceso definitivo de separación de Cataluña, violando de ese modo toda la arquitectura constitucional.

La segunda opción sería un amplio pacto de Estado con el Partido Popular y probablemente Ciudadanos para plantar cara a tanto dislate, a tanto incumplimiento y a tanto perjuicio a los intereses de España, para aplicar otra vez, pero mucho más en serio, el artículo 155 de la Constitución, llegando incluso a la suspensión de la autonomía.

Otra alternativa sería ese mismo pacto si se pudiera sentar también a la mesa al independentismo, con el fin de abrir un periodo de tregua tasado e incondicional para sondear las posibilidades de una reforma constitucional lo suficientemente satisfactoria para merecer un apoyo mayoritario; aunque mucho nos tememos que las ambiciones independentistas son ya imparables. Sánchez, no obstante, debería intentarlo.

Y finalmente, dada la compleja situación y la urgencia de ir planteando soluciones, la opción más razonable sería la convocatoria de unas elecciones generales, buscando una respuesta de la verdadera mayoría social a través de las urnas a los programas que plantearan los diferentes partidos, si es que fueran capaces de ofrecer una solución nítida y viable para el asunto de Cataluña.

En este panorama desalentador e inquietante, la palabra ‘diálogo’ no deja de ser un amable desiderátum. Al final del verano habrá que ir pensando en pasar a la acción, en tomar la iniciativa y en elegir, por duro y difícil que sea, un camino que permita poner a cada cual en su sitio y acabar con un esperpento que empieza ya a hacerse insoportable.