Por
  • Daniel Pérez Calvo

Un grano en la culata

Taxistas de Barcelona, acampados en la Gran Vía.
Taxistas de Barcelona, acampados en la Gran Vía.
Quique García

Estos días de asfixiante canícula los taxistas de España han reactivado su cruzada contra los VTC, con el legítimo fin de pelear un pan cuya miga obtiene fermento del valor de las licencias por las que algunos han pagado un potosí y parte del otro. Supongo que, como yo, muchos de ustedes se enteraron de que a los taxis les había salido un grano en la culata, cuando -paradojas de la vida- fueron los propios profesionales del sector quienes pusieron en el mapa a Uber y Cabify, empresas desconocidas para el vulgo hasta hace apenas unos meses. Como en cualquier conflicto de intereses, cada parte tiene argumentos más o menos sólidos para blindar sus posiciones. Yo no voy a meterme en harina; entre otras cosas porque a estas alturas ya está casi todo dicho y además se ha declarado una tregua, lo cual es tanto como reconocer que, efectivamente, hay de por medio una guerra. Claro que tengo mi opinión; pero no sobre este particular, sino en general sobre el extraordinario impacto en nuestros usos y costumbres de esas nuevas tecnologías de la información, que nos han arrastrado inexorablemente a un cambio de época, cuando pensábamos que solo andábamos inmersos en una época de cambios. No hay excepciones y creo que lo tienen fatal quienes se atrincheran ante esa realidad. Como dicen los alpinistas, en la montaña no queda otra: o te aclimatas, o te ‘aclimueres’.

Lo que es una lástima es que las razones de fondo en defensa de una causa se hayan ido por el sumidero, desde el momento en que las formas han fallado de un modo estrepitoso. Es verdad que dejar tirado al personal en aeropuertos y estaciones, o colapsar Madrid y Barcelona con una alfombra de coches, mientras miraban al cielo y silbaban -ya les vale- las mismas alcaldesas que te crujen el bolsillo por parar en doble fila durante un parpadeo, han logrado someter a un gobierno débil, cuyo jefe parece haber pasado del no es no, al sí a todo, con tal de resistir en la Moncloa, como Moscardó resistió en el Alcázar. Y así, a la espera de que el litigio siga inevitablemente su curso en los tribunales, los taxistas pueden jactarse de haber ganado la batalla política; pero mucho me temo que han perdido la de la opinión pública, y es probable que, a no tardar, muchos estén deseando que ojalá hubiese sido al revés.