Puigdemont controla desde la pantalla la asamblea del PDECat.
Puigdemont controla desde la pantalla la asamblea del PDECat.
Marta Pérez / EFE

Como si fuera un Saturno con barretina, el independentismo catalán devora a sus propios hijos. Lo hace con tal voracidad que ha asustado incluso a Artur Mas, el hombre que enfiló el coche de la política catalana en dirección hacia el abismo. El expresidente alertó ayer del ‘veneno de la desunión’, después de que el poderoso control remoto de Carles Puigdemont hubiera dinamitado el PDECat. Mas, que ha visto la ruptura entre Convergència y Unió y, después, la muerte de ambos partidos -exponentes en otro tiempo del catalanismo moderado-, debería estar curado de espanto. Pero su criatura política sigue la tarea demoledora que él inició. Con la Crida, Puigdemont quiere todo el poder para el independentismo. Y si es implacable con los suyos -desde Marta Pascal a Oriol Junqueras-, Pedro Sánchez tampoco debería esperar piedad. La estabilidad del Gobierno de la nación depende, en parte, de ocho votos independentistas teledirigidos por un huido de la Justicia. De ahí que el viaje de Pablo Casado a Barcelona para celebrar la primera ejecutiva como líder del PP busque también un antídoto contra el veneno de la desunión.