Por
  • José Javier Rueda

Gobernar barato

Pedro Sánchez, en una imagen reciente.
Pedro Sánchez, durante su discurso en París.
Efe

Poco más de un mes lleva Pedro Sánchez al frente del Gobierno y ya se puede pergeñar un balance. A falta de tiempo, financiación y respaldo parlamentario, ha optado por el márquetin político. Mucho postureo para visualizar el cambio. Muchos guiños a los partidos que le regalaron la Moncloa. Mucha gesticulación: cese de un ministro por evasión fiscal, recibimiento mediático de dos barcos de inmigrantes, acercamiento de presos de ETA al País Vasco, traslado a Cataluña de los independentistas procesados, exhumación del cadáver de Franco, sustitución de la cúpula de RTVE, multiplicación de la presencia en el exterior…

Lo inquietante es que pronto se le agotarán los gestos baratos. Entonces sentirá la tentación de lanzarse a las iniciativas caras, esas que necesitan dinero. Sin embargo, la deuda que arrastra el país no da pie a ninguna alegría presupuestaria. Los números no cuadran. Es imposible financiar ese agujero y aumentar el gasto. Por eso, Sánchez tiene la tarea de desmentir la primera parte del consejo que dio uno de sus antecesores, Sagasta, y de confirmar la segunda: «Ya que gobernamos mal, por lo menos gobernemos barato».

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