Dónde aprietan los zapatos

La doctrina epistocrática sostiene que solo deberían votar los ciudadanos con suficiente preparación.
La doctrina epistocrática sostiene que solo deberían votar los ciudadanos con suficiente preparación.

Aventuré aquí la semana pasada que, tal y como se están poniendo las cosas, para dedicarse a la política habrá que manipular el historial propio y el ajeno. La gente común ya no puede impedir el acceso de un experto digital a sus opiniones, creencias, imágenes, sentimientos, exabruptos, relaciones, bromas, obsesiones, ilícitos, enfermedades, hábitos sexuales y demás características personales. Por lo tanto, en el mundo puritano y ‘orwelliano’ hacia el que vamos, el ejercicio de la libertad más elemental dependerá de que ningún grupo opaco de seres virtuosos se imponga a la gran mayoría transparente y culpable.

Para ello, en primer lugar, habrá que fortalecer, siguiendo la estela de la Ilustración, el encaje utilitarista y humanista de las pasiones. Esto incluye posibilitar la reinserción de quienes hayan practicado algunas acciones abyectas y dañinas. Y para conseguir tal encaje, en segundo lugar, será preciso hacer recaer las decisiones políticas en toda la ciudadanía, extendiendo el sufragio universal, en el seno de una democracia representativa que concilie el bienestar social con los derechos individuales y de las minorías.

Me parece oportuno traer a colación este archisabido abecé democrático, a fin de oponerlo a dos tendencias que reverdecen en la actualidad. Por ser antagónicas, se refuerzan mutuamente. Una es el populismo de trasfondo nacionalista. La otra, que surge de la doctrina libertaria, es la ‘epistocracia’, o el poder de los instruidos, idea hoy difundida, entre otros politólogos, por Jason Brennan. Según esta visión, casi toda la ciudadanía es ignorante y genera pésimas decisiones, como el ‘brexit’ o la presidencia de Donald Trump, de forma que solo tendrían que votar quienes conozcan, por ejemplo, el papel del Banco Central Europeo y su influjo en el déficit público. Frente a una propuesta tan absurda, baste recordar las palabras atribuidas al eminente filósofo John Dewey: «Nadie sabe mejor que uno mismo dónde le aprietan los zapatos».

jusoz@unizar.es