Rachas de viento intermitentes

Más allá de la composición del Gobierno, seguimos en una etapa de bloqueo en la que es imposible hacer las reformas más importantes y en la que cualquier tipo de análisis puede saltar por los aires por la situación en Cataluña.

Pedro Sánchez anuncia la composición de su nuevo Gobierno
Pedro Sánchez anuncia la composición de su nuevo Gobierno

Nace un nuevo Gobierno con los vientos de la opinión pública a favor porque la gente quiere caras nuevas, así como suena, y porque el perfil de los ministros, en líneas generales, gusta. No se puede juzgar a todo un Gobierno en bloque, y menos a este, tan nutrido, heterogéneo y de orígenes tan diversos. Con todo, Pedro Sánchez sabe que no va a poder gobernar, pero también sabe que su única opción es poder hacerlo a partir de las elecciones municipales si los resultados le son benignos; es decir, si neutraliza el ascenso de Ciudadanos y le da un buen mordisco a Podemos. Si lo consigue, aunque solo sea a medias, tendrá socios según le convenga. De momento ya ha conseguido llevar la iniciativa y dictar los tiempos, que no es lo de menos.

Obama sabe que lo malo de los gobiernos de diseño es que nacen con buena reputación, pero suelen traicionar las expectativas. En este diseño de Gobierno, o Gobierno de diseño, los asesores del presidente le han sabido incorporar con acierto todos los perfiles que necesita un Gobierno de centro-izquierda: es reconocible, pone el acento en el nuevo papel de la mujer en la política, se volcará en la propaganda y está desplegado para ocupar el poder.

Lo mejor de este Gobierno es haber sabido incorporar algunos buenos activos de la sociedad civil, reforzar el papel de la mujer con perfiles basados en el currículo y no en cuotas de género (qué distintas estas ministras a algunas de Zapatero) y no despreciar el caudal de la experiencia. Está bien ver gente con años de carrera ascender en contra de la ola de efebocracia imperante. Grande-Marlaska, Josep Borrell y Nadia Calviño son un acierto mayúsculo. Con el único interrogante de qué hará el ministro de Interior cuando Torra reinstaure de aquí a septiembre otra república con el ánimo de que dure mucho más de diecisiete segundos. Un juzgado no es un ministerio y viceversa. El golpismo oficial (cosas de este país), con Rufián de vocero en Madrid, ya ha puesto el grito en el cielo. Rufián es nuestro mejor termómetro para saber si llevamos bien lo de la defensa del Estado de Derecho. Si Gabriel está sereno, algo estamos haciendo mal. Si se le ve indignado, vamos bien.

Pedro Sánchez intentará aprovechar estos meses de impulso. La opinión pública es muy cambiante, algunos de sus ministros más mediáticos van a estar muy expuestos y, tal y como le vino ocurriendo al Gobierno de Rajoy, la situación en Cataluña lo impregna casi todo. A eso hay que sumarle que la mayoría parlamentaria que sustenta al Gobierno es el ejército de Pancho Villa. No me refiero solo a los nacionalistas, separatistas, etc… Su aliado principal hoy, al menos cuantitativamente, es Podemos. Pablo Iglesias le hará la vida imposible en el Parlamento en cuanto vea que el PSOE le come terreno. Podemos va a empezar a romper filas en cuanto el PSOE se dé la vuelta. Por eso, el viento a favor de hoy no tardará en convertirse en rachas de viento, unas a favor y otras en contra; y ahí es donde veremos si, por ejemplo, una ministra de Hacienda sostenida por quienes quieren más presión fiscal tiene margen para asfixiarnos aún más; si basta la cara inteligente y amable de Borrell en Bruselas para que Europa nos eche una mano contra la próxima intentona golpista en Cataluña o si Grande-Marlaska tomará mando en plaza.

Porque al final, más allá de encontrarnos ante una buena foto en la composición del Gobierno, seguimos en una etapa de la política española en la que las placas tectónicas de la izquierda están configurando un nuevo terreno, ajustándose tras la explosión, y las placas tectónicas de la derecha están en plena explosión. Una etapa de bloqueo en la que va a seguir siendo imposible hacer las reformas más importantes y en la que cualquier tipo de análisis puede saltar por los aires por la situación en Cataluña, una enfermedad política y moral cuyo agravamiento vamos viendo día a día.