El hundimiento

Con el rosario de escándalos de corrupción acumulados, y tras la sentencia del caso Gürtel’, Mariano Rajoy ha perdido su capital de credibilidad. La actual situación política bloquea el normal funcionamiento de las instituciones.

Rueda de prensa de Mariano Rajoy tras conocerse la rueda de prensa
Rajoy reivindica su legitimidad y acusa a Sánchez de debilitar a España

Mariano Rajoy, el hombre que ganaba carreras andando, en lugar de corriendo, se ha quedado sin pista. En la meta, donde le esperaba el suave roce de la cinta de llegada, no queda sino un muro cimentado con los mil y un líos judiciales, y no solo judiciales, del Partido Popular. Un muro contra el que ya es imposible no chocar de manera brutal. La pregunta que ahora se hace todo el país es si Rajoy tiene la autoridad moral mínimamente exigible para ejercer con eficacia y, sobre todo, con independencia la presidencia del Gobierno.

El Derecho Romano llamaba ‘auctoritas’ a la legitimación socialmente reconocida a un ciudadano por razón de su capacidad moral para tomar decisiones importantes que guíen a los demás ciudadanos. La ‘auctoritas’ se contrapone a la ‘potestas’, que es el poder social e institucionalmente reconocido. Es innegable que Mariano Rajoy tiene la potestad legal y legítima para ejercer la presidencia del Gobierno, pero la duda razonable está en poder determinar si le queda un mínimo de ‘auctoritas’.

Los problemas de España son muchos, pero hay uno especialmente inquietante y que nos diferencia –por desgracia– de los países de nuestro entorno: el desafío separatista catalán. El reto de reponer la Ley y la convivencia en Cataluña exige que quien lidere ese proyecto nacional, que nos implica a todos, tenga la autoridad moral suficiente como para poder imponer el criterio que le marquen su conciencia y las urnas. Sin miedos ni ataduras. Nicolás Redondo, cuya prudencia y sentido común están fuera de toda duda, decía ayer que este Gobierno mancha a quien se le acerca. Tal vez la frase sea exagerada, pero nadie, ni siquiera sus líderes locales o regionales, quieren ya cerca su legado. Unas elecciones generales ahora serían también una oportunidad para ellos.

Mariano Rajoy se jugó su reelección a una sola carta. La de que la justicia (en minúsculas) ocultase a la Justicia (con mayúsculas jurisdiccionales). Pensó que sus logros en materia económica, desde la creación de empleo a la posibilidad de cerrar un Presupuesto, le harían tanta justicia que los ciudadanos se olvidarían de las cuentas con la Justicia. La jugada le ha salido bastante mal, porque sobre toda la acción de Gobierno planea ya la duda sobre su autoridad.

Las circunstancias que aconsejan la convocatoria de elecciones anticipadas han de ser siempre excepcionales. Desde mi punto de vista, con carácter general en cualquier tiempo, solo tres: bloqueo institucional, pérdida de autoridad en la gobernación y/o deslegitimación. En este momento, de manera clara, concurren dos: las instituciones funcionan lastradas y no hay autoridad política para recomponerlas. El Gobierno no marca los tiempos políticos ni parece tener ya, una vez aprobados los Presupuestos para 2018, más objetivo u horizonte que su propia supervivencia.

La estabilidad de la que nos hablaba ayer el presidente no parece pasar ya por sus manos. Su cara en la comparecencia de mediodía era un poema. Tal y como nos dijo, los certificados de credibilidad los otorgan los ciudadanos. No parece que le vayan a otorgar muchos más de los ya abundante y generosamente expedidos en otro tiempo. No veo ninguna otra salida mejor que la convocatoria de elecciones. Hay que renovar legitimidades para afrontar el futuro. Cuanto antes.