España y sus nacionalismos

Un sector de los catalanes y de los vascos se sienten al parecer superiores al resto de los españoles y apoyan sus reivindicaciones en el victimismo. Solo una tenaz resistencia del Estado, equipado con la razón democrática, encauzará el problema territorial.

"Se entiende que estéen auge el partido quemás claramente planta cara a los nacionalismos arrogantes y excluyentes"
"Se entiende que estéen auge el partido quemás claramente planta cara a los nacionalismos arrogantes y excluyentes"

Según Juan Pablo Fusi (‘España, la evolución de la identidad nacional’, 2000) la historiografía española de la segunda mitad del siglo XX logró librarse del esencialismo del concepto de nación (las apasionadas reflexiones y búsquedas del supuesto ‘ser de España’) que impregnó no solo el pensamiento franquista más reaccionario y simplón, sino gran parte del mejor pensamiento liberal español, desde la llamada generación del 98 hasta los intelectuales españoles que, saliendo al encuentro de algunos catalanes que aceptaban la unidad de España, alumbraron la idea de una autonomía política de las regiones con más sentido popular de identidad; y que influyeron, primero, en la configuración del ‘Estado integral’ y con algunas autonomías de la Constitución de 1931 y, segundo, algo menos, en el legislador constituyente de 1978, que creó el Estado de las autonomías.

Y aclara Fusi que, en 1978, por esa mayor madurez de los historiadores y de nuestra sociedad al morir Franco, se partió, en la nueva Constitución (CE), de un diagnóstico pragmático sobre el problema territorial español. Y se vivió la ilusión de que este problema se iba a superar con nuestra generosa, aunque imprecisa, Constitución, y de que se acabaría el terrorismo de ETA a cuyos presos alcanzó una generosa amnistía en 1977. No fue así. A partir de 1978 aumentó ferozmente el terrorismo de ETA. El odio fanático de los etarras tomó por debilidad lo que era sincera generosidad.

Recuerda también Juan Pablo Fusi que hace veinte años se celebró en Barcelona una reunión de CiU, el PNV y el Bloque Nacionalista Gallego donde suscribieron un manifiesto afirmando que, a los veinte años de la Constitución, seguía no resuelta la «articulación del Estado español como plurinacional» y pedían que se abriese una «nueva etapa» en la que el Estado y Europa reconociesen sus respectivas «realidades nacionales». Para ellos, los únicos en el mundo en tal creencia, la nación España no existe. En 1998 ETA había alcanzado los 800 asesinatos (le faltaban 57 hasta noviembre de 2011).

En 2018, otros veinte años después, asistimos los españoles, ya desde hace cinco meses, a una parálisis del Estado por el reto algo surrealista y ridículo (aunque muy dañoso) del independentismo catalán, tras su golpe de Estado de septiembre-octubre de 2017, porque el PNV ha condicionado la aprobación de los Presupuestos, ‘cuponazo’ incluido, a su necesidad ideológica de solidarizarse, contra el art. 155 CE, con la rebelión en Cataluña. Es una grave e inoportuna ofensa añadida a la democracia española, aunque al final acabe el PNV apoyando los Presupuestos. A muchos nos molesta la clara percepción de que un sector de los catalanes y de los vascos se sienten superiores a los restantes españoles y siguen apegados a su victimismo tribal, cuando el reparto del dinero público para nada los trata peor. Y no sufrieron ellos más que los restantes españoles en la Guerra Civil, en la que no fueron del todo leales a la República, la represión franquista.

El problema territorial es hoy capital y solo resoluble a largo plazo y desde la tenaz firmeza del Estado. Firmeza apoyada en el nacionalismo español, europeísta y moderno, embridado por la razón democrática y la legalidad y que no necesita ni adoctrinamientos ni fanatismos ni odio. ¿Por qué habríamos de aceptar que Cataluña es una nación con derecho a Estado (o sea, a destruir el nuestro) con el apoyo de la mitad de su población si más de los dos tercios de los españoles están claramente con la Constitución? ¿Cómo negar la realidad de España como nación unida y plural internacionalmente reconocida? ¿Piensan que los españoles tenemos sangre de horchata? ¿Han olvidado a los concejales del PP y del PSOE que llevaron escolta, y a los asesinados, durante décadas, en el País Vasco? El Estado y los partidos serios debieran poner rumbo para dentro de veinte años, cuando llegue la celebración del 60º aniversario de la Constitución, reformada o no, hacia un país europeo normal, en el que nadie, desde las mismas instituciones democráticas, nos perdone la vida ni nos insulte ni nos amenace a los españoles. Cabe aspirar a eso sin creer en una España eterna. Se entiende que esté en auge el partido que más claramente planta cara a los nacionalismos arrogantes y excluyentes.