Detrás del telón de ETA

Atentado contra la casa cuartel de Zaragoza en 1987.
Atentado contra la casa cuartel de Zaragoza en 1987.
Efe

Este viernes, 4 de mayo de 2018, ETA pretende bajar definitivamente el telón. Es la fecha que quedará marcada en el calendario como el día en que la banda terrorista quiso escenificar su último estertor. Por más que se empeñen en representar un final airoso, hay pruebas irrefutables de que fueron derrotados hace tiempo sin que alcanzaran sus objetivos.

Aquella terrible pesadilla que comenzó una fría tarde navideña de 1958 en un bar de San Sebastián ha dejado un enorme reguero de sangre: 853 personas asesinadas (23 de ellas niños) y 2.600 heridos, según las cifras oficiales. Del fracaso de sus objetivos a golpe de atentado dan medida los hechos: no solo no han logrado la autodeterminación, sino que tampoco han doblegado el Estado de derecho alcanzando la paz a cambio de presos.

Durante todo este tiempo han tratado de ocultar su agonía con su bien engrasada maquinaria propagandística. Pero su propio relato decía lo contrario, como recuerda el periodista especializado en ETA Florencio Domínguez: «La cantidad y calidad de nuestras ‘ekintzas’ (atentados) es penosa desde hace unos años y por otra parte la represión de los Estados nos vence», según reconocía en 2008 un miembro de la banda terrorista.

Ahora queda la difícil tarea de seguir haciendo justicia (más de 300 asesinatos cometidos por ETA siguen impunes, entre ellos el de Manuel Giménez Abad) para restañar las heridas de las víctimas y sus familiares.

También sigue impune el dolor moral que infligió el zarpazo terrorista, un daño invisible pero que ha marcado a buena parte de la sociedad vasca. Lo saben bien quienes se vieron obligados a cerrar sus negocios, hacer las maletas y huir para alejarse del punto de mira de los etarras o para dejar de sentir el vacío que les hacían los amigos del terrorismo.

Uno de los fenómenos que se está produciendo es el desconocimiento por parte de las nuevas generaciones respecto a lo que ocurrió en esos 60 años de sangre. Los más jóvenes deben saber, por ejemplo, que quien puso voz a la última escena de ETA, Josu Ternera, colocó la bomba que mató a 11 personas, 6 de ellas menores de edad, en la casa cuartel de Zaragoza. Porque si ignoran la historia corren el riesgo de revivirla con toda su crueldad.