Corporativismo universitario

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, aplaude durante la Convención Nacional del PP.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes.
EFE

Estos días estamos asistiendo a uno de esos capítulos bochornosos que están agotando nuestra capacidad de asombro y de indignación. Si no ocurre algo importante pronto con el caso del máster de Cristina Cifuentes y el comportamiento de todos los implicados, muchos empezaremos a pensar que España ha evolucionado poco desde los tiempos del Lazarillo de Tormes, cuando los pícaros de cualquier nivel y pelaje eran la tónica general de nuestro país.

En cuanto a los aspectos políticos, poco quiero añadir. Únicamente lo resumiré en una frase que aunque extremadamente machista, por lo que reconozco que no debiera ser yo quien la usase, es lo suficientemente lapidaria como para dejar clara mi opinión: la mujer del César, además de ser honrada, debe parecerlo.

Mi escrito va dirigido hoy a la comunidad universitaria. Pocas, demasiado pocas voces de colegas se han oído en este caso. Lo que se ha hecho, tal y como se van conociendo los hechos, es inaceptable. Condiciones de presencia más que especiales para una única alumna, matrículas y calificaciones fuera de plazo, documentación falseada, suplantación de profesorado en inexistentes reuniones, ruedas de prensa explicando una situación y su contraria por los mismos actores. Se ha hablado de que Valle-Inclán podría escribir un esperpento usando el caso como guion. Lo que no se ha dicho con la suficiente contundencia es que los que han participado en este vodevil, y me refiero a los profesores del máster de la Universidad Rey Juan Carlos (URJC) involucrados, son cooperadores necesarios de todas y cada una de las irregularidades cometidas. Y estas no afectan solo a esa universidad madrileña. Nos implican a todos. Toda la universidad pública española está afectada. Solo si pedimos y logramos que se tomen las medidas que depuren todas las responsabilidades, podremos mirar a los ojos a los españoles y decirles que los títulos que impartimos y otorgamos están exentos de duda. Solo así podremos presentarnos ante nuestros pares internacionales y decirles que en España el que la hace la paga, aunque tenga amigos de muy alto calado político. Solo de esta manera seremos capaces de decirnos a nosotros mismos que la universidad no es lugar para golfos.

Nuestra institución apenas tiene organismos autónomos de los gobiernos donde establecer normas de obligado cumplimiento. Pero sí existen las llamadas conferencias, a diferentes niveles, que actúan de foro común. La de mayor rango es la CRUE, Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas. A ella le pido que se defina alto y claro sobre el asunto. Que no distraiga al país creando comisiones cuyo único fin es adormecer el tema hasta que la opinión pública ya no se interese más. Es ahora, sin perder más tiempo, cuando los docentes honestos necesitamos que nuestros dirigentes salgan en nuestra defensa. Digo, sin ningún rubor, que ahora es el momento del corporativismo, pero de un corporativismo que explique con fuerza que no nos vendemos por un plato de lentejas, que no es posible que los poderosos vengan a redondear sus currículums con titulaciones que no han cursado a cambio de unas migajas económicas o la estabilización de profesores cuya precariedad les acerca a un estado de necesidad laboral fácilmente manipulable. Hay que decir hasta la extenuación que nuestra deontología está muy por encima de la que han demostrado tener los protagonistas de este caso, y que defenderles, o no ponerlos en su lugar adecuado, es rebajar el nivel de nuestra ética al suyo.

Hay muchos eslóganes del 15-M que los universitarios honrados podemos retomar. Dirigentes universitarios de este pelaje no nos representan. Lo llaman universidad y no lo es. Todo esto volverá a tener plena vigencia si lo aceptamos. Nuestros compañeros de la URJC, los primeros. El resto de los rectores, a través de la CRUE, los segundos; y toda la comunidad universitaria española, detrás, recordándoles que no están solos. No permitamos que dirigentes sin escrúpulos manejen a su antojo la universidad española. La educación del país está en juego.