Sin iniciativa

El Congreso de los Diputados.
Congreso de los Diputados.
Agencias

La España política entró en situación de bloqueo en diciembre de 2015, cuando las elecciones marcaron el fin de lo que se dio en llamar bipartidismo imperfecto –que sería imperfecto pero funcionaba las más de las veces– y lo sustituyeron por un tetrapartidismo que no se sabe si es perfecto o no, pero que, desde luego, se ha demostrado por completo ineficaz a la hora de legislar y de gobernar. Hasta el punto de que, en realidad, la política española continúa bloqueada dos años después, sin que este escenario sea capaz de ofrecernos a los cuarenta y cinco millones de ciudadanos no ya un proyecto que pueda resultar atractivo, sino ni siquiera una somera idea de hacia dónde vamos. Aquí nadie –ningún dirigente, ninguna fuerza política– es capaz de tomar la iniciativa. Unos no pueden, otros no saben y hasta los hay que no quieren. Se han acomodado a la guerra de trincheras y siguen la estrategia de disparar a todo lo que se mueve, pero sin abandonar sus posiciones ni correr riesgos para ganar terreno. Esta política puramente reactiva, en la que al Gobierno le cabe la primera pero no la única responsabilidad, corre el riesgo de dejar un peligroso vacío.