El ciberanzuelo

En tiempos de reivindicación de la tan necesaria transparencia, se abusa de los términos en inglés y se mezcla hasta la confusión la información con las emociones. Con lo rico y claro que es el castellano.

En tiempos de reivindicación de la tan necesaria transparencia, se abusa de los términos en inglés y se mezcla hasta la confusión la información con las emociones. Con lo rico y claro que es el castellano.
En tiempos de reivindicación de la tan necesaria transparencia, se abusa de los términos en inglés y se mezcla hasta la confusión la información con las emociones. Con lo rico y claro que es el castellano.
pixabay/Wilhei

Aestas alturas de curso, la rabiosa actualidad nos tiene saturados. Desde luego, por el poco gobierno y las deslealtades de todo tipo y condición al pacto entre españoles. También, por asuntos aparentemente menores, aunque fertilizan el ambiente. Entre ellos, en tiempos de constante reivindicación de la transparencia, un fenómeno que casi es pandemia: el uso y abuso de términos en inglés en cualquier circunstancia. En todo ‘meeting’ (reunión) que se precie, los intervinientes van deslizando ‘words’ (palabras) que plasman su conocimiento de la lengua madre del mercado, presentan ‘reports’ (informes) y proyectan las ‘slides’ (diapositivas) del ‘power point’ (programa de presentación de Microsoft cuya denominación significa en realidad ‘toma de corriente’) que se han traído en el ‘pendrive’ (memoria informática).

Así lo vives casi cada día, especialmente si se te cruza una consultora, se dedique a la energía, las cadenas de producción o suministros, las finanzas, la extracción de minerales, la moda o los viajes.

Porque, fuera del entorno laboral, ojo con la ‘store’ (tienda), las ‘influencers’ (influenciadoras), el mundo del vaquero ‘slim’ (delgado) y la ‘shirt’ (camiseta), antes de ir al ‘fitting room’ (probador).

Ante esta oscurecedora afición, deberíamos reivindicar la pertenencia a una imaginaria cofradía de San Millán de la Cogolla, dedicada a la veneración y defensa del castellano. Siendo además herramienta prima del periodismo español, toca hacerlo aún más en esta querida ocupación, ámbito donde el fenómeno es epidemia.

Además de las ya manidas ‘fake news’ (noticias falsas), se habla sin cesar de los ‘news search’ (buscadores de noticias), los ‘audience analysts’ (analistas de audiencias), los ‘news positioners’ (posicionadores de noticias), el ‘branded content’ (publirreportaje de toda la vida, antes conocido como Remitido)… hasta llegar al ‘clickbait’ (ciberanzuelo o pseudonoticia para captar con medias verdades al lector y ganar audiencias) con todas sus variantes: ‘likebait’ (anzuelo de me gusta), ‘linkbait’ (anzuelo de enlaces) o ‘sharebait’ (anzuelo para compartir).

Escuchando y leyendo tanta nomenclatura, parecen ganar terreno quienes desean confundir el periodismo y la información con el mundo de las redes, donde hay información pero, sobre todo, campan las emociones. Como si el periodismo estuviera necesitado de un argot, en inglés por supuesto, cuando es prescindible.

En el reciente Congreso de Periodismo digital de Huesca, cumbre que congrega cada año las últimas reflexiones del sector en España, varios ponentes de distintos soportes, como Encarna Samitier, directora de ‘20 Minutos’, reivindicaron la esencia del periodismo en tiempos de tanto ruido; o como Nacho Cardero, director de ‘Elconfidencial.com’, aludiendo a que el éxito de su web se basa en ejercer el periodismo de siempre, y Pepa Bueno, directora de ‘Hoy por hoy’, en el mismo sentido.

Fueron recordatorios necesarios ante tanta distracción sobre canales y herramientas, cuando la diferencia es la profesionalidad. La información contrastada y veraz, y no las noticias tendenciosas, deformadas o exageradas, o directamente inventadas, para ganar audiencias, a veces alimentadas por robots. En esa confusión anida al abuso del que han sido objeto 87 millones de usuarios de Facebook en las elecciones de Estados Unidos, o el referéndum que aprobó la salida del Reino Unido de la Unión Europea.

Según los estudiosos de las redes sociales, la difusión de noticias falsas es un 70% más rápida que las verdaderas; unas noticias que, una vez en el aire, pueden manipular nuestras emociones. Es como se vivió en Madrid tras la muerte por infarto de un mantero en Lavapiés; mientras en realidad estaba siendo asistido por la Policía, se difundía que había sido víctima de sus reanimadores, con el efecto por todos conocido.

Para prender el ambiente, solo hizo falta que camparan las redes, donde no se comprueba la información. Para saber eso y su diferencia con el periodismo, sobra el ‘benchmarking’ (comparación). Es suficiente con estar cívicamente alerta y reivindicarlo, a ser posible en castellano, que con sus cien mil palabras tiene términos para casi todo y no necesita ciberanzuelo alguno.

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