Hipertensión

Los disturbios y los destrozos ocasionados en el barrio de Lavapiés de Madrid, tras la difusión de una información manipulada e instigados por grupos radicales, son la expresión de una izquierda que esconde su fracaso con la estrategia de la tensión.

Nuevos disturbios en el barrio de Lavapiés
Disturbios en el barrio de Lavapiés.

La izquierda hipertensa se nos ha liado a la cabeza la manta de los manteros, sin darse cuenta de que el débil es el vecino comerciante y el vecino madrugador, porque el comercio no le saca para un seguro de escaparates y el madrugón no le da para garaje de alquiler. Han dejado a los vecinos del popular barrio madrileño a los ‘Lavapiés de los caballos’ y sin espejo retrovisor en el coche. Lo malo del bulo virtual es que el trolero oficioso siempre busca institucionalizar su error y sale corriendo a redactar una proposición para legalizar lo pirata o para piratear lo legal.

Una parte de la izquierda española se difumina para siempre por sus problemas con la hipertensión. La hipertensión no como enfermedad, sino como vicio. La algarada y el exabrupto fáciles no como desahogo esporádico, sino como estrategia sistemática. Cuesta reconocer hoy los valores históricos de la izquierda o al menos los valores que se le suponen históricamente a la izquierda. Los socialistas moderados y la izquierda reconocible –auténticos esquiroles para los hipertensos– nos dicen que esa izquierda de barricada y rotura de retrovisores no es izquierda y que los valores de la izquierda no están en el asalto a la paz social por medio de la mentira. Los hay avergonzados por dejar esa bandera, la de la izquierda, en manos ajenas, bien por inacción o bien por desconocimiento; casi siempre por complejo. Nos hablan indignados de populismo y de traición a los verdaderos valores socialistas. Nos dan su orteguiano "no era esto, no era esto" arrepentidos de poner a la izquierda hipertensa en las instituciones. Cuando vuelva a plantearse el dilema, año y medio queda para las elecciones municipales, no dudarán en repetir.

Hubo un tiempo no tan remoto en el que la izquierda consistía en preservar al barrio de la droga. La lucha por la igualdad o por su sucedáneo, el igualitarismo. La mutación ha sido tal que incluso el sectarismo, rasgo identificador de la izquierda, como lo es la prepotencia en la derecha, ya no es ese sectarismo paternalista que protege a los propios, sino un sectarismo seco, muy macarra, que arroja todo lo arrojable sobre los ajenos. Un sectarismo que enfrenta.

Lo peor no es difundir el bulo de que un mantero muera por estar siendo perseguido por la Policía, sino que se haga creer a la gente que la Policía no puede perseguir a un mantero. Uno de los grandes bienes intangibles en nuestros barrios es la seguridad pública. Repito, pública. Estamos muy por encima de lo soportable en cuanto a tensión se refiere y si este es el clima que nos va a tocar respirar de aquí a las próximas elecciones, degustaremos el mosto amargo de las uvas de la ira.

La caída y la destrucción por los bárbaros del cercadito de madera que rodea un parque infantil en Lavapiés nos da la medida de la cosa. Hay una gran diferencia entre lanzarse al asalto del Palacio de Invierno y destrozar los columpios de los niños, pero esa valla infantil derruida nos acota un espacio que en realidad es la acotación de todo un tiempo, de una época. No hay peor ira que la de la frustración por no haber sabido cambiar las cosas. Cambiarlas a mejor, se entiende.