Nadie es perfecto

Tantos meses de tribulaciones han evidenciado la solidez que tiene España, que puede aguantar tamaña sucesión de empujones. Al menos, en los últimos instantes, como nos enseña Leonard Cohen, se ha hecho patente que siempre hay una grieta por la que "entra la luz". Secesionismo catalán dividido y determinación en la defensa de la Constitución pueden llevar al principio del fin de este agotador proceso que nos roba las energías y nos distrae de lo principal.

Es el gran dragón que le ha tocado a Mariano Rajoy en esa cadena de retos que suman los presidentes de la democracia, con sus caras y reveses... y difíciles finales. Empezó Adolfo Suárez con su exitoso balance, pese a lo que entonces parecía, de traída de la democracia: no le ahorró acabar muy solo. Siguió Felipe González, quien, pese al terrorismo y la amenaza militar, modernizó el país y generalizó el Estado de bienestar; con todo, la corrupción de una parte de sus dirigentes se lo llevó por delante.

José María Aznar también vivió las dos caras: una eclosión e internacionalización de la economía, que chocó con la guerra de Iraq y los dramáticos atentados del 11-M. Qué decir de José Luis Rodríguez Zapatero, que trajo cambios que han puesto a España en vanguardia de las sociedades más abiertas del planeta, pero se fue dejando la mayor crisis económica conocida y abjurando de algunas de sus posiciones para no empeorar aún más la situación.

Ahora, no sin grandes sacrificios de todos los españoles, Mariano Rajoy ha conseguido revertir la curva de la depresión. Pero ahí tiene su propio dragón estelado; todos esperamos que se resuelva, aunque puede que sea a su costa y le depare un final similar al de sus predecesores, eslabones todos de una cadena que, con sus positivos y negativos, han enhebrado la España que tenemos. Y es que, evocando a Billy Wilder, nadie es perfecto.

Hoy, nadie cree que sea fácil la tarea de Mariano Rajoy. Es cierto que se trata de un reto cebado por demasiadas concesiones anteriores, pero es el suyo, y su gestión registra tanto templanza como lagunas innecesarias.

En ese sentido, ayer en Zaragoza, Albert Rivera tuvo un reconocimiento a la tarea que han desarrollado los ex presidentes de España y la conveniencia de contar con su experiencia. Se lamentaba de que el Gobierno actual, por las malas relaciones de Rajoy con Aznar y de Pedro Sánchez con González y Zapatero, ha despreciado el valor de los ex presidentes como embajadores de España en el mundo. Sin duda, los haberes de todos ellos han podido ser grandes activos que tanto organismo ‘marca España’ no ha sido capaz de utilizar.

Cómo no coincidir también en su reconocimiento a las gentes que hacemos el país y que, como dijo Albert Rivera, son la "commodity" de España. Lo hemos visto esta misma semana en el desenlace del conflicto de Opel, donde los trabajadores de la fábrica de Figueruelas han sido capaces de encajarse en el difícil momento que atravesaban y asegurar el futuro inmediato.

Pero solo el inmediato. La historia nos dice que tenemos gran capacidad para superar la adversidad, pero hay que ocuparse. Sin duda acierta el líder de Ciudadanos cuando señala la necesidad de trabajar intensamente hacia el mundo que viene: digitalización, coche eléctrico o sin conductor, inteligencia artificial, nuevas sociedades…

Eso no evita reparar en las aristas de alguna de sus propuestas, como la reforma electoral que trae en la cartera, que relegaría la representación parlamentaria de territorios como Aragón o las dos Castillas. Aunque Rivera ha incluido en su ideario un plan contra la despoblación para que todos los españoles tengamos los mismos servicios al margen de donde se viva, habrá que verlo en la realidad. Más aún si se merma previamente la representación política de las comunidades despobladas.

La dinámica entre la atracción fatal de las ciudades y la España vacía supera cualquier planificación hasta ahora conocida y ya sabemos quién se lleva la peor parte. Volviendo a Billy Wilder, "nadie es perfecto".