Por
  • Marisancho Menjón

No, no es arte catalán

Araíz de la enésima polémica sobre el uso del término ‘corona catalanoaragonesa’ en libros escolares, surgen voces que advierten de que no solo se producen intentos de apropiación de la historia por parte del nacionalismo catalán, sino que ha sido una actitud corriente también en el conjunto de España. Así es, en efecto. Pero así como, en este último caso, se trata de una tendencia más que desfasada, pues la historiografía que ensalzaba las ‘glorias españolas’ va asociada a periodos totalitarios afortunadamente superados, la postura similar por parte del nacionalismo catalán sigue vigente y pujante. Es más, incluso en ciertos casos se ha asumido por parte de autores del resto del Estado, incluidos algunos aragoneses. Es natural, por tanto, que se proteste por la difusión de unos planteamientos erróneos e interesados, cuyo resultado es la progresiva desaparición de Aragón en la historia.

El problema arranca de la segunda mitad del siglo XIX, con el movimiento cultural catalán de la Renaixença, que trata de recuperar, además de la lengua, una historia nacional que sustente en glorias pasadas, fundamentalmente medievales, la personalidad definida de la Cataluña de entonces. Cundía en ese momento una versión de los hechos históricos muy centralizada en Castilla y lo español, y se trató de reivindicar la historia propia. El problema fue que esa historia propia estaba indisolublemente unida, para los tiempos medievales y hasta principios del XVIII, con Aragón. Y, lo que es más, el término que daba nombre a la entidad política compartida era el de Corona de Aragón. Reivindicar una historia catalana propia para que el resultado fuese que, siquiera de forma nominal, el protagonismo se lo llevara Aragón no pareció satisfactorio. Así que se trató de rebajar, en la medida de lo posible, la presencia aragonesa en aquella larga y próspera historia compartida.

Esa postura se mantiene hoy. Y no solo en cuanto a la historia, sino en cuanto al arte. Nos dolemos de que se empleen términos ahistóricos, de que se usen retruécanos que acaban dando preeminencia al título de conde de Barcelona frente al de rey de Aragón, de que se alteren los numerales de los soberanos aragoneses llamados Pedro y Alfonso en cuanto pretendidos titulares diferenciados de Cataluña; pero nos olvidamos de que en la misma corriente va incluido el arte.

Buena parte del arte románico y gótico producido en Aragón acaba siendo convertido en catalán y estudiado como tal. Es ‘arte catalán’ cuanta pieza medieval se produjera, además de en tierras catalanas, en el territorio aragonés próximo. Ya cuando se inicia la actividad de la Junta de Museos de Barcelona, a principios del siglo XX, se plantea una "política de captación del arte medieval catalán", dentro de un "proceso de búsqueda de las raíces de la construcción del país" y de "afirmación de la identidad de Cataluña". Esa "captación" se extendió a buena parte del territorio aragonés, como es manifiesto. En los años veinte, el director de los Museos de Arte de Barcelona consideraba que el arte producido en el Aragón medieval era "una extensión de la cultura artística catalana", pues era desde Cataluña "desde donde irradiaban de una manera constante las formas artísticas a Aragón". Este planteamiento justificaba el ingreso de piezas aragonesas en los museos catalanes como arte propio. Hasta finales del siglo XX, las cartelas que identificaban las piezas en el MNAC no indicaban su procedencia aragonesa, sino que solo figuraba el nombre, en catalán, de la comarca correspondiente. A finales de los noventa, en la definición del discurso museográfico para la sección de románico del MNAC, se incluyeron las pinturas de Sijena entre las piezas fundamentales, que tenía como finalidad presentar "la historia del arte catalán en el momento de su formación como nación". Y en cuanto a las pinturas profanas de este monasterio, se ocultó su origen, presentándolas como procedentes de Lérida.

Hay múltiples ejemplos, aunque dejamos estos como muestra. Los aragoneses tenemos que reivindicar nuestra historia y nuestro patrimonio, nadie va a venir a hacer esa tarea por nosotros. Y de nada sirve lamentarse cuando comprobamos las funestas consecuencias que acarrea el no hacerlo.