El pringue de 'Convergència'

Las variedades regionales de la corrupción política en España van siendo descritas en las actas judiciales, hoy la fuente más segura para estudiar esas sucias tramas.

En la España plural, las técnicas de estafa a los ciudadanos por el poder corrompido varían según regiones.

En Andalucía, el mayor fraude (hay otros) ha sido pagar clientelas: para que cobres, te meto en una nómina falsa –paro, despido, jubilación, dependencia– porque eres mi gente. La lacra es cuantiosa por usar de tipo extensivo, en la tradición del latifundismo; el señorito (gobierno regional) mete a los peones en las listas ful, en las que muchos se llevan un poco cada uno.

En Valencia, un grupo migratorio de truhanes montó la agencia de cobros ilegales en beneficio corporativo del PP. El político fullero requería los servicios de los pícaros, que debían cobrar con facturas falsas, pues las verdaderas hubieran revelado que el partido incurría en cobros y gastos ilícitos. Las facturas ful las emitían otras empresas, a cambio de que la autoridad cómplice les adjudicase contratos públicos. Aunque oriunda de Madrid, la corrupción valenciana –Orange Market, nombre traslúcido de la franquicia– montó un modelo basado en el intermediario. Es una concepción clasista del negocio, que pone distancia entre la supuesta elegancia natural del patrono y la hortería obsequiosa del empleado a quien se dan órdenes en plan ‘esto funciona así, lo tomas o lo dejas; y, además, me debes una’.

Corrupción parmenidea

En Cataluña, el mecanismo ha sido más compacto. Los jefes corruptos, los empresarios que ganaban las contratas y los avispados que distraían por el camino parte de la tajada eran todos de la misma tropa. El pujolismo había perfeccionado el método trincón hasta lograr una asombrosa consistencia holística, una fascinante y sólida completitud durante tres generaciones.

Parménides, filósofo griego de hace dos mil quinientos años, definía el ser como una esfera compacta de contenido invariable e idéntico a sí mismo. La podredumbre pujoliana era, o es, compacta y autosuficiente, parmenidea. Desde el césped del estadio barcelonista hasta las inspecciones obligatorias de vehículos, pasando por las ubicuas recalificaciones de solares, el circuito no admitía fácilmente elementos extraños. En técnica nepotista, solo el nacionalismo vasco supera, por su capilaridad sigilosa –basta un discreto "Es de los nuestros"–, al ‘oasis’ convergente. La de Pujol y su delfín Mas –consejero de Obras Públicas, de Economía, primer consejero y presidente del Gobierno regional y del partido; lo ha sido todo, estuvo siempre allí– se concentra más crudamente en el dinero como palanca de poder y como fin en sí.

Ay, ese dinero descuidó el trajín de sus turbios billetes de 500 euros, vigilados por la ley desde 2007. Los próceres saqueadores del Palau de la Música, Millet y Montull, son (solo) un ejemplo de este tipo de montaje, en el que todos –partido, institución, gestores y familias (política y biológica)– eran lo mismo. Llamarse Pujol, Prenafeta, Mas –hijo del evasor Mas Barnet y ahijado de los Prenafeta– o Alavedra ha sido una marca intergeneracional, genética, política y mercantil, al mismo tiempo. Nadie ha robado más a Cataluña. Nadie ha robado más en Cataluña. Nadie ha sido más letal para el prestigio de Cataluña que esta patulea de patriotas.

En esos años, Mas –el pujolismo ganaba tiempo para la maduración del hereu Oriol– lo era todo. Fue cuando CDC subió del 3 al 4% la tasas de sus sobornos. Maragall pensaba que sabía cosas, pero se quedó corto. En un 25 por ciento.

La empresa judicialmente enfangada ha sido la gigantesca Ferrovial, pero nadie cree que fuera la única adaptada al régimen ‘convergente’ de extorsión. Hay más.

Pringue pegajoso

El pringue de Convergència es pegajoso. El tesorero delincuente Osàcar entró en la ejecutiva de CDC cuando la presidía Mas. Colaboradores de este fueron los hoy procesados, por indicios de delitos diversos, Forn, Turull y Rull, y otros más, esfumados, como Cullell o Puig (Felip). A CDC le han puesto camisa de seda, pero mona se queda: quince sedes embargadas y procesos que la señalan como foco persistente de delincuencia económica y política. Puigdemont se pretende ajeno a estos usos de su partido de siempre, pero su última candidatura fue inscrita conjuntamente, hace escasos meses, a nombre del PDECat... y de Convergència. Qué cosa.

Poco se habla, en cambio, del funcionario alcireño Joan Llinares Gómez. Entre 2009 y 2010, se hizo cargo de la limpieza del Palau por orden de ‘Madrit’: ha dicho que se destruyeron miles de documentos y facturas y que hay 9 millones más de fraude que no ha podido documentar. Dinero robado a los catalanes y al resto de los españoles.

Uno ha visto llevar chaqué a los poderosos, tanto a los de veras como a los interinos. El peor llevado –nupcias folclóricas y futbolísticas aparte– se vio en El Escorial, en una famosa boda de 2002. Lo llevaba el jefe de la Gürtel -el Bigotes vistió de calle-, invitado al enlace Agag-Aznar.

Y una coda sobre el ‘moderado’ Torrent, nuevo presidente del Parlament: llama ‘exiliado’ a Puigdemont, que es prófugo de la justicia. Vaya con la moderación.