El dolor de las mujeres

Detrás de cada crimen o abuso contra las mujeres hay vidas rotas que traducen la desigualdad de nuestra sociedad. Y en cada una de ellas, indignidad y sufrimiento.

La aparición del cadáver de Diana Quer, el siniestro balance de mujeres asesinadas en 2017 o la generalización de las denuncias de abusos han inundado de amargura las bandejas de los últimos turrones. Ha sido tal la concentración de sucesos contra las mujeres -que ya venía cargada con el devenir del juicio a ‘la manada’-, que nuestros representantes políticos han tenido que poner de nuevo encima de la mesa el Pacto contra la violencia de género.

Sobran motivos. Más de 50 mujeres muertas en España a lo largo de 2017 gritan que las medidas lanzadas hasta ahora son muy insuficientes. Sigue habiendo hombres que se creen dueños de las mujeres objeto de sus obsesiones, con el preocupante agravante de que muchos jóvenes replican ese comportamiento. Cuánto hay por hacer en la escuela, en la familia y en la sociedad.

Detrás de cada suceso, hay nombres y vidas concretas que, sin morbosidades innecesarias, exigen el esfuerzo de darles visibilidad. Como ocurrió con las víctimas del terrorismo, hasta que los asesinados tuvieron nombre y apellido, no empezó a revertir el aberrante comportamiento de dejar a la víctima en un número y de evitar el impacto y la inquietud que la muerte bien nombrada provoca. Que no canse identificar cada crimen para acabar con tanto latrocinio.

Así, pienso en la tragedia de la joven asesinada en Galicia. Y en su madre, quien, además de sufrir por la desaparición de una de sus hijas, vivió cómo se cuestionaba y aireaba públicamente su vida y su ‘calidad’ como madre, hasta el punto de serle retirada, en tan doloroso contexto, la custodia de otra de sus hijas.

Pienso en cada una de esas mujeres muertas a manos de sus parejas y en los hijos que han perdido a su madre y ahora tienen… un padre asesino. También, en la joven violada por ‘la manada’ y el valor que ha tenido que acumular, como tantas otras, para mantener su denuncia.

Educar, visibilizar, individualizar, nombrar. Frente al esnobismo del manifiesto de las francesas reivindicando su derecho al coqueteo (¿qué tendrá que ver?), la sucesión de figuras públicas revelando cómo han sido acosadas en su devenir profesional es una potente llamada de atención para combatir el delito y ayudar en la causa de la igualdad. Porque los crímenes y los abusos son las patologías más graves de una sociedad que permite severas diferencias salariales o techos de cristal tan resistentes que más parecen de granito negro. Frente a este contexto que dice que, ante las mujeres, se puede, bienvenidas sean líderes como Oprah Winfrey y su denuncia contra los abusos sexuales, la desigualdad y el racismo, y su agradeciendo al sufrimiento de tantas mujeres anónimas para que las niñas de hoy vivan mañana un nuevo tiempo. Con un ‘me too’ detrás de otro, como poderosas balas contra la indignidad para construir ese horizonte.

Esta semana, una joven y brillante bióloga marina explicaba su trabajo en ‘La contra’ de ‘La Vanguardia’ (felicidades, por cierto, a sus autores por sus 20 años ininterrumpidos de gran periodismo y humanismo). Es una gran experta en esponjas y de ello hablaba. Pero quiso acabar la entrevista contando que, hace diez años, siendo becaria en el Centro de Investigación de Blanes, fue violada por un compañero. Aunque denunció, nadie le hizo caso y casi abandona su carrera. Acabó yéndose a Estados Unidos… ella. Ahora, al menos alguno ya se ha inquietado y hay expectación por saber cómo evoluciona esta denuncia.

Otrosí: la responsable de la BBC en China, Carrie Gracie, ha abandonado su puesto para denunciar la desigualdad salarial "indefendible" entre hombres y mujeres en su cadena. En Finlandia ya no ocurrirá: aunque ya era el país más avanzado, directamente acaba de declarar ilegal la desigualdad salarial. En España, de momento, se ha tomado nota con la iniciativa de incluir en las negociaciones colectivas de las grandes empresas la publicación de las tablas salariales para evaluar el trato retributivo y, en su caso, forzar la equidad.

Cada víctima, cada abuso, cada desigualdad… una historia que contar. Hasta que deje de doler.

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