Gaugamela en la red

España se destripa a sí misma a diario en las redes sociales. Es la expresión de un odio aséptico y desalmado que define nuestra época y que, aunque no causa muertos, nos confunde por su cobardía y también por su absoluta esterilidad. De entre el sufrimiento de las guerras tradicionales, de la violencia física, han brotado desde el principio de los tiempos expresiones artísticas. La belleza incontestable de la destrucción late en los grabados de Goya, en los poemas de los soldados en las trincheras de la I Guerra Mundial, en las fotografías de Capa durante la Guerra Civil... No son una forma de consuelo, sino un ejercicio excelso que calibra nuestra distancia con el horror y que, como consecuencia, permite recuperar alguna esperanza.

Pero hoy ¿qué puede nacer en este moderno y extraño campo de batalla que es internet? Solo el abandono de las redes sociales, que parece ser una tendencia en auge entre algunos famosos, nos libra de esa espiral infinita. Nuestras pantallas, todas ellas, ocultan un estrépito más devastador que el fragor olvidado de la batalla de Gaugamela, que supuso la caída del rey de los persas. Nos engañan los múltiples silencios que se camuflan en las palabras, coronadas como el arma definitiva. "Cuando la violencia causa silencio/nosotros debemos estar equivocados" cantaba la extraordinaria Dolores O’Riordan.

Pero lo importante no está en los insultos o en las salvajadas que recorren constantemente las redes, sino en la mentira bien construida, que es la que tiene apariencia de verdad. Las trampas, las medias verdades interesadas, están en cada recodo de cada frase. Se dirá con razón que las informaciones falsas son antiguas. El ejemplo clásico es el de las noticias que publicaron los periódicos de William Randolph Hearst, un magnate con pocos miramientos al estilo de Trump, en los prolegómenos de la guerra con España por la isla de Cuba. Es la velocidad lo que preocupa ahora, el "ritmo inquietante" con el que se propagan, según la comisaria europea Mariya Gabriel, y su aún más inquietante apariencia inofensiva.