El telepresidente

Lo peor de todo es que no les da la risa. Lo dicen serios, con ese rictus de estar ocupados en cosas graves, en asuntos que trascienden las ocupaciones más nimias, en algo que cambiará el signo de la humanidad al cambiar el signo de Cataluña: sí, los convergentes quieren a un presidente de plasma, una especie de telepredicador, un tipo que quiere gestionar más de 30.000 millones de euros mientras come mejillones en Bruselas. Y no les entra la risa. Lo dicen serios, apelando al reglamento de la Cámara, a la posibilidad de que en el futuro Cataluña ni siquiera necesite a un presidente de carne y hueso sino que, directamente, podrían recurrir a un robot o a un astronauta que se conectara con tarifa plana con la Tierra. Una de las mayores sandeces que se han escuchado en el ámbito político en España en los últimos 40 años va camino de hacerse realidad. Y trabajan en ello, por supuesto con el dinero de todos los españoles. Hay quien se interroga para qué ha servido el artículo 155 y existe cierto consenso en que no ha variado mucho el sentido común de algunos. Los independentistas quieren a un telepresidente para seguir con la monserga. Qué plúmbeo.