Un oscuro gen del separatismo catalán

Ya se sabe que los separatistas son, hoy por hoy, casi la mitad de la población catalana; y, también, que no les será fácil crecer más, pues no pueden eternizar el clima exaltado y martirial que han creado en Cataluña como medioambiente favorable. La economía catalana pierde ya posiciones relativas en España y, aunque el separatismo no parece preocupado, a medio plazo el daño se hará sentir y el votante se hará nuevas preguntas.

Los ‘patriotas’ han sido aliados de la decaída CUP, separatista solo porque busca revoluciones destrozonas contra la ‘democracia esclava de los oligopolios’. Esa es una grieta del separatismo. Otra, la insolvencia de sus dirigentes: qué paradoja, ver el día 21 a Puigdemont tan exultante por obtener 34 escaños, cuando en 2010 CiU logró 62.

El desvarío del separatismo más exaltado busca descoyuntar España, fracturar el estado de derecho y quebrar lo que llaman el ‘régimen del 78’, en insidioso parangón con el de Franco, ‘el régimen’ por antonomasia. Aunque la búsqueda inútil de esa Jauja política exija partir Cataluña en dos.

Linajes racistas

Jovellanos, en 1780, previno que "entre todas las profesiones a que consagran los hombres sus talentos, apenas hay alguno a quien el estudio de la historia no convenga. Hasta el hombre privado, el simple ciudadano, puede estudiar en ella sus obligaciones y sus derechos". Es bueno conocer a los hombres, para lo cual es muy recomendable ver cómo se han producido históricamente, "en todos los estados de la vida civil".

La forma usual de ignorar la historia es no conocer el pasado de la propia comunidad, de la polis. Otra, típica de los nacionalismos más arraigados en España ­–el vasco y el catalán–, es conocerla más, pero de modo tan deforme y selectivo que puede tildarse de falsificación. El nacionalcatolicismo predicaba un destino esencial de España, asignado por la Providencia misma. Los separatismos fuerzan la interpretación del pasado para ahormarlo a sus designios. Sabino Arana, gran ignorante, exaltaba delirios como la raza, la democracia originaria de los bizkainos o su primigenio destino cristiano, previsto desde la eternidad. A esos mitos integristas y racistas se atuvo en cuanto escribió, hijo del carlismo más fiero del siglo XIX que tuvo un último vástago famoso, Xabier Arzalluz, aún preocupado por el Rh sanguíneo: los padres de ambos fueron carlistas.

Etnicismo declarado

Conviene siempre conocer la estirpe ideológica –no digo intelectual– de un líder. Es famosa la pretenciosa mitología nacionalista sobre el ‘reino’ de Cataluña, las ‘barras’ o la ‘guerra contra España’ bajo Felipe V. Se ignora, en cambio, que el separatismo catalán incluye también un fuerte sustrato racista y, ahora, etnicista. Basta imaginar seguidos a Bartomeu Robert, Pere Rossell y Heribert Barrera. Robert medía los ‘cráneos catalanes’ en 1900; Rossell escribía ‘La raça’ en 1930 ("En las razas de fuerte contenido extraño puede resentirse la pureza mental"); y, en 2001, el fanático Barrera, antecesor de Oriol Junqueras, daba significado racial a la pobreza : "En América, los negros tienen un coeficiente inferior al de los blancos (...) Se debería esterilizar a los débiles mentales de origen genético (...) Hay muchas características determinadas genéticamente, y probablemente una es la inteligencia".

La última generación esquerrista es más cauta, pero no mejor: "Los catalanes tenemos más proximidad genética con los franceses que con los españoles", dice Junqueras. ¿Cómo llamar a quien da relevancia política a tal cosa? ¿Qué entiende Junqueras por ‘catalanes’ genéticos? ¿Los que Forcadell define como ‘poble catalá’, que excluye a Ciudadanos y el PP?

El drama reside en que todo esto es desconocido y, si se conoce, resulta irrelevante, no tiene apenas eco, ni molesta siquiera a los votantes de estos personajes. Sin embargo, conviene saber de qué lóbrega cueva brotan los vientos que tienen a Cataluña agitada y desgarrada por la mitad, como el velamen de una nave en gran apuro. Descubrir por dónde sopla el viento siempre ayudó a navegar.

Y repárese en que el nutrido voto catalán que se opone al separatismo agresivo reside en las mismas zonas que, en el siglo XIX, votaron contra el carlismo.