Nadie es una isla

Nadie es una isla, y menos cuando todavía golpean las secuelas de la crisis. Por eso las incertidumbres que generan los independentistas de Cataluña afectan a todos, a esa comunidad, pero también al resto de España. Que las previsiones económicas se revisen a la baja es uno de los efectos indeseados del proceso de ruptura. Por eso el atinado discurso del Rey en Nochebuena combinó la idea de los estragos afectivos y sociales que está causando el intento de secesión, pero también la del empobrecimiento económico. Suele pasar, inexorablemente, que los más débiles sufren más esas consecuencias. Y el caso del salario mínimo es de libro. El Gobierno ha hecho una propuesta a los agentes sociales –empresarios y sindicatos- para que se llegue, paulatinamente, a un incremento del 10% en 2020, lo que acercaría la recuperación a quienes ahora la ven como un espejismo. Pero para ello hace falta que la economía crezca más del 2,4%, aspiración vinculada a la estabilidad política. Está claro que no solo debe mejorar el salario mínimo, sino también subir el mínimo de responsabilidad, como pidió el Rey, de los políticos que tienen en sus manos el futuro de todos.