Por
  • José Javier Rueda

Dura lex, sed lex

Instalados en la época de la posverdad, vivimos días de grandes representaciones que nos dificultan la comprensión del mundo real. Del mismo modo que Platón mantenía en el mito de la caverna que el hombre solo ve sombras-apariencias de la realidad, en nuestra sociedad audiovisual (televisión, ordenador, smartphone, tablet) solo vemos reflejos. Por eso la tendencia que se ha impuesto en la política del siglo XXI es la narración de historias (‘storytelling’).

Trump, el ‘brexit’ y ahora Cataluña son exponentes de cómo los acontecimientos reales se ven socavados en su verdad por ese virus disolvente que es su proyección en las imágenes manipuladas y falsificadas de la realidad virtual. En los tres casos, hay una constante apelación a las emociones aun con mentiras o posverdades. ¡Puro populismo!

Los secesionistas catalanes han entendido perfectamente el valor de los gestos en la época de internet y las redes sociales. Por eso, desde hace un lustro siguen un plan de grandes gestos que mantiene atrapados a sus votantes gracias a la instrumentalización de las emociones. Con grandes gesticulaciones en manifestaciones, cadenas humanas, diadas, paseíllos judiciales y esteladas, los apóstoles del independentismo han alimentado un ideal romántico de nación. De este modo han conseguido anular las críticas racionales a sus gobiernos: corrupción, mala gestión e imposibilidad de la independencia... Para casi la mitad de los catalanes, esta voracidad gestual ha logrado ocultar incluso lo obvio: que el sentimiento soberanista es amplio, pero no tan extraordinario como para cambiar las fronteras de España y de Europa; que ningún país del mundo va a reconocer una independencia; que los bancos y las empresas huyen por la inestabilidad…

Los dos últimos meses se ha sufrido un gran acelerón de los acontecimientos que ha dejado exhausta a la sociedad catalana: aprobación de las leyes de desconexión, pseudo-referéndum, declaración de independencia, aplicación del artículo 155 de la Constitución, convocatoria de elecciones, huida de Puigdemont, encarcelamiento de casi todo el ‘Govern’. La salida provisional al conflicto va a ser la cita electoral del 21 de diciembre. A ella dedican todas sus energías.

En un ejercicio de ducha escocesa, el Gobierno de Rajoy practica la táctica de enfriamiento ambiental, de meter a la Comunidad en el congelador. A cambio, el movimiento independentista intenta calentar la calle al máximo utilizando el encarcelamiento de sus líderes para movilizar de nuevo a las masas; es decir, una ducha bien caliente. La Moncloa pretende desmovilizar a los poco convencidos o decepcionados. Los dirigentes soberanistas buscan volver a enardecer los ánimos a través del rechazo a la actuación de jueces y fiscales. Se avecina, pues, una sucesión de duchas frías y calientes. Nadie sabe cómo acabará España después de tanta agua.

Lo que ocurre en Cataluña se proyecta, como si fuera la caverna de Platón, según los intereses de quien controla el foco de luz. A los rupturistas solo les interesa transmitir sus mensajes emocionales a través de la educación y de los medios de comunicación afines. Han vuelto a fracasar, pero siguen siendo muy activos y se sienten cómodos en la táctica del contraataque. Por eso siguen maniobrando para recuperar adeptos en el campo de esa legalidad que denuncian. A falta de razones, alardean de un puñado de ‘mártires’ encarcelados. Esconden a otros presos ilustres del catalanismo, como Jordi Pujol hijo, encerrado por corrupción, y ponen el grito en el cielo contra una ‘justicia opresora’. Ada Colau y Pablo Iglesias les acompañan en su retahíla victimista.

Secesionistas y populistas llaman a saltarse la ley a su conveniencia y provecho. ¡Otro engaño de la posverdad! Los clásicos ya decían "dura lex, sed lex". Dura es la ley, pero es la ley. Y la ley es la única defensa de los débiles frente a los poderosos y la única garantía de que una minoría no se impondrá a la mayoría.