La Historia no los absolverá

Consumado el desafío soberanista, la sociedad debe impedir que de nuevo la propaganda nacionalista se apropie del relato. Aquí no ha habido ningún choque de trenes. Los culpables de hundir a Cataluña están en la cúpula independentista.

Cuando solo contaba con 27 años, Fidel Castro desafió al futuro al dirigirse a los jueces que le iban a condenar por rebelarse contra la dictadura de Batista: "Condénenme, no importa. La Historia me absolverá". Solo el tiempo aclarará el veredicto de las generaciones venideras. Cuando murió, hace un año, se acumularon los términos para definirlo: tirano, mito, poliédrico... pero en el aire quedó la vieja pregunta: ¿lo absolverá la Historia?

Carles Puigdemont también sufre el peligroso síndrome de la ‘posteridad’. "¿Cómo me juzgará la Historia?", se habrá preguntado estos días en el corredor del Palau de la Generalitat. A la luz de su actitud, parece estar convencido de que es un líder providencial, el padre de la patria, el Moisés gerundense que guía a su pueblo a la república prometida. No obstante, la realidad es que su fanatismo ha llevado a su gobierno, a su partido y a Cataluña al borde del precipicio.

En todo desafío nacionalista, tanto la información periodística como la elaboración histórica son utilizadas multipolarmente. Ambas pueden servir de armas, de instrumentos legitimadores, de inventoras de pasados e incluso también de futuros a la medida. Rememorando a Walter Benjamin, vale decir que la memoria es un campo de batalla en el que se discuten las interpretaciones de la colectividad. Por tanto, quien domina el relato hegemónico, controlando qué se recuerda y cómo se recuerda, tiene el poder para definir el campo de juego en el cual se dirime la convivencia. El caso del secesionismo catalán no es ajeno a esta norma. Por eso es necesario hacer hoy ‘historia del presente’ y dejar constancia de los hechos.

Un endeble Puigdemont llegó a la Generalitat hace casi dos años con el respaldo de los antisistema de la CUP, que habían exigido la cabeza del mutante Artur Mas. Era un convencido independentista que, abducido por el peso de la mitología montserratina, proclamó eso de ‘ahora o nunca’. Tenía mucha prisa, pero no tenía el suficiente apoyo social. No le ha importado y ha acabado por causar a Cataluña el mayor daño que ha sufrido en muchos años. Inevitablemente la Historia lo juzgará por la profundísima fractura social que ha provocado entre los catalanes y entre estos y el resto de los españoles; por saltarse la ley y los principios democráticos; por el deterioro económico y la huida de bancos y empresas; por el golpe a la imagen internacional de Cataluña y España; por malgastar muchas energías que debían dedicarse a los problemas que sí preocupan a los ciudadanos; por despertar el rancio nacionalismo españolista; por ocultar bajo la estelada el saqueo de los Pujol y la corrupción institucional del ‘tres por ciento’; por transformar una comunidad abierta y culta en otra sectaria y acongojada…

Antes de que la propaganda intente manipular lo que ha ocurrido en España conviene dejar claro que no ha habido un choque de trenes. Muchos han querido utilizar esa imagen porque es muy visual, pero no es real. Es posible que Rajoy no haya sabido o no haya querido resolver el problema, pero no ha sido él quien lo ha creado. Los auténticos responsables son bien conocidos y tienen nombre y apellidos. Acostumbrados como estamos a la tergiversación histórica que hacen los nacionalismos, es pertinente recordar a Raymond Aron: "Cada sociedad tiene su historia y la reescribe a medida que ella misma cambia. El pasado solo queda fijo definitivamente cuando no hay futuro".

Del Fidel Castro que un día aseguró que la Historia le absolvería, Octavio Paz dijo que era un personaje arcaico con el carácter de un incunable. Con menos lírica, a Puigdemont cabe asimilarle a uno de los aforismos de Sánchez Ferlosio: "El fascismo consiste sobre todo en no limitarse a hacer política y pretender hacer historia". Y, en efecto, sí que ha querido y ha conseguido hacer historia junto a Artur Mas, Jordi Pujol, Carme Forcadell… Pero la Historia no los absolverá, los condenará a todos.