Molestias incluidas

Conviene recordar que el bisturí más preciso sigue siendo la palabra. Para hacer frente a cualquier posible manipulación hay que esforzarse en ver, contrastar y decir... Todo un reto, que requiere no conformarse. Molestias incluidas.

Esta semana, Facebook me decía que mi amistad con Fernando Aramburu cumple un año. Ya me gustaría. Aunque yo también fui a las míticas fiestas de Veterinaria, entonces no lo conocí; ahora, lo único cierto es que, el otoño pasado, asistí a la presentación de ‘Patria’ en Zaragoza y tuve el privilegio de estar en el grupo que cenó con él.

Así comprobé que Aramburu es tan cabal y honrado como su literatura. También, que está tan lejos de la vanidad como cerca del coraje y el compromiso. Como premio, medio millón de ejemplares vendidos, un buen termómetro de la razonable temperatura de nuestro país.

En mi caso, y después de doce años, leer y conocer a Aramburu fue espoleta para volver a estas valiosas páginas con un artículo referido, cómo no, a ‘Patria’ y lo bien que nos iría a todos asumir, como hace nuestro antiguo convecino, la responsabilidad de no mirar para otro lado, ‘molestias incluidas’.

A ese texto han seguido otros y debo constatar que las molestias han sido muy llevaderas. Apenas algunos aludidos han lanzado arañazos y son muchas más las muestras de afecto y estímulo.

Cuando me pongo a escribir, procuro acordarme de referentes como Manuel Chaves Nogales, ese periodista curioso, con gusto, sin prejuicios y con principios. Y también de Fernando Aramburu. Intentar ir al porqué de las cosas, escuchar sin apriorismos y leer a todo el que tenga algo interesante que decir para acercarse, con ponderación, lo más posible a la realidad. Es el amplio carril de los no alineados que, sin manipulaciones de por medio, ocupan la banda más ancha de las sociedades modernas.

Y así llegamos al inevitable monotema. Esta semana, Nicolás Sartorius ha escrito un gran artículo, ‘La izquierda y el derecho de autodeterminación’, donde impele a las organizaciones de izquierda a "revisar viejas inercias" y en el que concluye que "el derecho a la autodeterminación es una reivindicación reaccionaria, incluso involucionista, impropia de partidos o sindicatos progresistas".

También Almudena Grandes lamentaba el martes en Zaragoza que "se habla con mucha ligereza sobre qué es fascismo. En Cataluña, la propaganda ha suplantado al pensamiento: ¡ni Goe-bbels!". Y es que, como nos ha contado Karl Deisseroth, neurólogo y psiquiatra y un auténtico sabio contemporáneo, "el bisturí más preciso en un cerebro sigue siendo la palabra".

Pues eso, usemos todos la palabra. ‘Le monde’ ha denunciado la burbuja independentista y a un ‘president’ "colocado fuera de la ley". El ya imprescindible Josep Borrell continúa haciendo pedagogía (¿se atreverá el PSC-PSOE a ponerlo de candidato para las próximas elecciones a la Generalitat?). Y ‘The Wall Street Journal’ concluía un reciente editorial diciendo que la mayor amenaza para España y Europa "sería establecer el precedente de permitir que una votación falsa desmembre un país verdadero".

Sin salir de casa, la exposición ‘Hay tierras al este’ exhibe en el Palacio de Sástago datos muy relevantes. Entre ellos, describe cómo desde el siglo XIX el Estado impulsó la construcción de centrales hidroeléctricas. En ese contexto, refleja las palabras de Francesc Cambó, que fue ministro de Fomento: "La energía hidroeléctrica se ha de convertir en unos pocos años en un arma formidable de dominación económica". Y más allá de los regadíos, alimentó la pujante industria catalana y catalanas fueron la mayoría de las empresas constructoras de las centrales. Con los embalses, desaparecieron pueblos y gentes y media Huesca acabó en Cataluña. En 2001, 120.000 nacidos en Aragón residían en Cataluña; 45.857 eran de Huesca, la provincia que más inmigrantes aportó.

Pertinente resulta preguntar si, tras "la dominación económica" que anunciaba Cambó, que llevaba implícitos sufrimientos de terceros, ¿es solo suyo el derecho a decidir si siguen siendo parte de España? Una vez patrimonializados y explotados los recursos, ¿ya no es suya la responsabilidad de contribuir a equilibrar la España empobrecida y despoblada?

¡Vivan las palabras! Y desde luego, Fernando Aramburu, si le queda tiempo, puede contar con mi amistad.