La transición a la autoestima

Uno de los mejores frutos de estos cuarenta años de monarquía constitucional ha sido que los españoles hemos recuperado la autoestima. El desafío secesionista ha servido para hacer patente que la mayoría de los ciudadanos están orgullosos de su país.

El gran error de cálculo de los estrategas independentistas catalanes ha sido no tener en consideración que España es hoy un gran Estado europeo y moderno del que los españoles no nos avergonzamos. Pensaron que lucharían contra un rey y una Constitución que actuarían con la previsibilidad del ‘juez con guardia civil’ que nos cantó Federico García Lorca en el ‘Romancero gitano’. Pero se equivocaron, porque este Rey sin guerrera es un jefe de Estado cuyos ciudadanos ya no tienen ningún reparo en gritar que están hartos de los supremacistas y de sus caprichos de a tanto el kilo. Tenemos a la mayoría de los españoles dispuestos a decir que son españoles, como novedad.

La recuperación de la autoestima ha sido uno de los efectos benéficos que la monarquía constitucional y su desarrollo han tenido en cuarenta años de democracia en España. Un país que la mayoría de sus ciudadanos valoran positivamente. Estamos en sincronía con el mundo más avanzado, somos parte de ese mundo. Sin rancios patriotismos, sin necesidad de exhibir banderas, aunque nada tenga de malo exhibirlas, y sin ira, sobre todo sin ira.

La leyenda negra vende ya poco o nada en un país que, por poner un puñado de ejemplos, lidera mundialmente los derechos del colectivo gay, es ejemplo en el funcionamiento de la sanidad pública, ha acogido a ciudadanos de medio mundo, tiene empresas multinacionales consolidadas, es referente gastronómico internacional y no vive un fin de semana sin ver a Rafa Nadal y a otros muchos Nadales mordiendo un trofeo.

Esta es una época de transición, dicen los mejor informados. ¿Pero acaso hay alguna época que no sea de transición? "Estoy dispuesto a aceptar que el mundo vive hoy una época de transición a base de que acordemos que esta época se inició en Adán y Eva", nos dejó dicho el escritor G. K. Chesterton. La Transición española, con mayúsculas, como fenómeno político único, no es que esté agotada es que ya ha dado sus frutos y nosotros formamos la sociedad que salió de ella. Desde el año 1978 los cambios han sido tan profundos como sosegados; y esta transición de ahora, en minúsculas, como tránsito sin contenido político, ha sido tan lenta que hasta ha podido resultar casi imperceptible.

Un amigo que gestiona los intereses españoles de un fondo de inversión norteamericano me decía que pensamos que los inversores, los fondos, son entes sin alma y sin escrúpulos que solo valoran las cuentas de resultados; y que olvidamos que para tomar decisiones, hasta llegar a fijarse en una cuenta de resultados u otra, hay que tener en cuenta lo que piensa el jubilado californiano que juega al golf y el empleado de la General Motors de Detroit que tienen sus ahorros en ese fondo. Y lo que piensan es que España es un país europeo moderno, seguro y con instituciones que funcionan. Un país en el que se puede confiar hasta para depositar los ahorros. Con todo, lo mejor es que ya no necesitamos que nos lo digan los jubilados californianos. Lo sabemos nosotros. Y todas las empresas de Cataluña.

La demoledora inseguridad jurídica provocada por estos kamikazes del supremacismo separatista ha unido a la mayoría de los ciudadanos españoles, empezando por los catalanes, en la idea de que nadie nos puede dar lecciones de democracia, modernidad, europeísmo y prosperidad. Aquí trabajamos todos para mejorar un país que no es perfecto. Pero es un país que funciona y seguirá funcionando si la seguridad que deriva del ejercicio activo de un Estado de derecho moderno nos sigue amparando.