Tarragona por puro sentimentalismo

Gervasio Sánchez narra la jornada del 1-O desde Tarragona para Heraldo.es.

El fotoperiodista Gervasio Sánchez, en la redacción de HERALDO DE ARAGÓN
El fotoperiodista Gervasio Sánchez, en la redacción de HERALDO DE ARAGÓN
OLIVER DUCH

6 horas

Aunque hace 33 años que soy periodista en contadas ocasiones he ejercido mi oficio en las fronteras de España o el estado español. Hace 25 años cubrí la inauguración de la exposición de Velázquez en el museo del Prado con la presencia de los Reyes.

Lo hice como un favor a la agencia Cover y porque los reportajes de los Reyes vendían más que las historias dramáticas de las guerras a las que acudía. La Casa Real había quitado la acreditación de prensa a esta prestigiosa agencia porque uno de sus fotógrafos había formado parte del equipo que fotografió con teleobjetivos al Rey Juan Carlos I desnudo en su yate Fortuna. Las fotos no se publicaron en España.

En el museo del Prado había decenas de fotógrafos. Los empujones me hicieron perder el equilibrio y acabé con dos flashes rotos. Me salió la cobertura por un ojo de la cara. Pasaron muchos años sin acudir a ningún acto periodístico en España hasta que en 2008 empecé a documentar las fosas de la guerra civil española.

Si acudo hoy a Tarragona es por puro sentimentalismo. Quiero ser testigo del gran pulso entre el Estado y la Generalitat en la ciudad donde crecí, donde empecé a trabajar como niño trabajador antes de los 14 años, donde recibí mi carnet de la seguridad en mi primer trabajo legal como aprendiz de pastelero ya con 14 años, donde estudié el bachillerato superior en el Instituto Antoni de Martí i Franqués, donde publiqué mi primer artículo en el Diari de Tarragona el martes 14 de diciembre de 1982, donde tengo a mi grupo principal de amigos con los que me encuentro al menos una vez al año para una calçotada con la salsa de mi amiga Rosamari, la mejor que he comido nunca, donde conocí a mis primeros amores y al amor de mi vida, donde murieron mis padres y viven mis hermanos.

Viajo el sábado por la tarde a Tarragona. Por radio escucho que la policía nacional ha entrado en el Instituto Martí i Franquès. Me dirijo directamente al complejo estudiantil, vecino de la Comisaria de la Policía Nacional. Hay más de cien personas en el exterior preparadas para entrar en el Instituto y pasar la noche. Al otro lado de la verja hay media docena de furgonetas policiales.

Mi memoria me retrotrae inmediatamente a la primera vez que vi de cerca a los policías nacionales cargando sin contemplaciones contra los manifestantes. Fue el 5 de marzo de 1976 y sus uniformes eran de color gris. Estaba estudiando sexto de bachillerato en este mismo instituto cuando un compañero me convenció para faltar a clase y acercarnos a la Rambla y ver la manifestación de rechazo por los cinco trabajadores muertos dos días antes en Vitoria. Aquel día un trabajador murió en Tarragona mientras huía de una carga policial en la calle Unión. La mala suerte hizo que me encontrase en aquella calle cuando el hombre se desplomó desde un quinto piso. Fue la primera vez que vi un muerto.

Me encuentro con varias profesoras del Instituto que me reconocen. Hace unos meses di unas charlas a estudiantes del Instituto en Caixa Forum. Me presentan al director, Jean Marc Segarra Mauri, como periodista de Heraldo de Aragón y antiguo estudiante del instituto.

“Han irrumpido seis policías de paisano y unos quince de uniforme. La mayoría han tenido un comportamiento loable, pero un par de ellos han actuado de malas maneras y han perdido los papeles. Decían que buscaban papeletas y urnas blancas. Yo les he dicho que el instituto estaba abierto porque los sábados hacemos actividades extraescolares”, comenta el director. Los policías han abandonado el centro por petición expresa del director.

Como ocurre con la inmensa mayoría el director es incapaz de adelantar un pronóstico sobre lo que ocurrirá durante la jornada electoral, pero no tiene inconveniente en asegurar que “estamos en un punto de no retorno y la situación es similar a un matrimonio que ha decidido divorciarse y sólo tiene por delante buscar la forma menos traumática de hacerlo”.

Unos minutos después me encuentro con Jordi Martí, regidor de la CUP en el ayuntamiento de Tarragona. Sé que fue un gran amigo de mi amigo Yago que murió de cáncer hace tres años. Todavía recuerdo los muchos fin de año que celebramos juntos. Sabe quién soy pero no nos conocemos. Me entrega un pasquín en catalán titulado “Consejos generales para acciones de desobediencia civil y resistencia no violenta”. El primer consejo, dice el texto, es que sólo deben participar personas responsables que tengan claro que no responderán violentamente a una agresión. La vestimenta debe ser deportiva sin simbología política porque se trata de una votación. Hay que llevar comida, sobre todo fruta, y agua y no beber alcohol ni tomar alguna sustancia que “puedan reducir la serenidad necesaria”.

“Hay que evitar cualquier incidente”, insiste cuando le pregunto si cree que puede haber hechos violentos aunque sean aislados. Admite que se trata de un pulso con el estado, un juego de fuerza para demostrar quien tiene más poder de convocatoria, y es consciente de que “nadie puede predecir lo que ocurrirá este domingo. “Ha sido imposible acordar un pacto con el estado y no nos ha quedado más remedio que organizar un referéndum como esté”, reflexiona el regidor de la CUP.

¿Qué pasará el 2 de octubre? “No sé lo que ocurrirá el 2 pero ya hay convocada una huelga general para el 3 de octubre. Si este domingo hay incidentes graves como cierres de colegios escolares e imposibilidad de votar, estoy seguro de que la huelga será seguida masivamente”, manifiesta sin un ápice de duda.

La noche acaba con gritos de Viva España en San Pedro y San Pablo, uno de los barrios más populosos de Tarragona. Me gustaría una jornada tranquila sin incidentes serios. Sé que la falta de noticias no es noticia en el periodismo. Pero me conformo por una vez.

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