Los otros catalanes

Cuando en mi anterior artículo evoqué la frase del gran periodista Manuel Chaves Nogales "los parlamentarios catalanes son malos, notoriamente inferiores a su edificio", aún no había sucedido la astracanada del 6 de septiembre ni se había desatado la escalada de quebrantos de la ley vividos en los últimos días. Pues sí, son "notablemente inferiores". Chaves, un auténtico visionario que no se casa con nadie (si no lo conocen, lean el prólogo de ‘A sangre y fuego’ y se harán ‘chavistas’ para siempre), en la misma serie ‘Qué pasa en Cataluña’ (1936) escribió más cosas de rabiosa vigencia. Una, que lo que pasa en Cataluña lo reflejan mejor los que no se manifiestan y están detrás de una "discreta cortina" que quienes marcan el ‘tempo’ de las calles. Otra, que "el separatismo es una rara sustancia que se utiliza en Madrid como reactivo del patriotismo, y en Cataluña como aglutinante de las clases conservadoras".

Como antigua estudiante de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Autónoma de Barcelona, conozco bien la capacidad de seducción (para los suyos) de los líderes del independentismo, muchos de ellos formados en ese entorno. ‘Ser mejor’ gusta. En la Autónoma, ya había ‘otros’, como los ocultos tras la cortina, ‘igualitaristas’, que pasaban de puntillas por un campus en el que a escuchar a Rafael Alberti apenas acudíamos 20 personas.

Y como señala Chaves, el nacionalismo mantiene los vasos comunicantes tras 40 años de acuerdos en los que, sin entrar en detalles sobradamente conocidos, todos los gobiernos de España han cedido ante la Generalitat. Hasta que el independentismo ha desbordado su vaso a partir de lo que algunos refieren jactanciosamente como "los hechos del 6 de septiembre", la llamada de ¡nada menos! que el presidente Puigdemont a encararse con los alcaldes que no colaboren con sus planes y las campañas de ‘señalamiento’, como en la Alemania de Hitler. Solo ha faltado la reacción de sus seguidores, tras la actuación del Estado ante las repetidas ilegalidades, para empezar a sentir vértigo.

Las mayorías silenciosas cruzamos los dedos para que pase cuanto antes este episodio sin violencia en las calles. Aunque ahora prevalezca la batasunización del ambiente, no me resigno a que no sea posible trabajar por el día siguiente, combatir el discurso independentista y recuperar el de la convivencia. En el debe de España no hay falta de democracia ni expolio de Cataluña, como braman los secesionistas, sino incomparecencia durante demasiado tiempo. Este mes, ya han aparecido manifiestos y es revelador que cobre nueva vida el título de los míticos reportajes de Paco Candel, ‘Los otros catalanes’ (1964), para denunciar la marginación que sufrían en Cataluña los inmigrantes de todas partes de España.

Con los otros catalanes, con los que están detrás de la cortina, tenemos una deuda todos los demás. El libro de Josep Borrell, Josep Piqué, De Carreras y López Burniol, ‘Escucha España, escucha Cataluña’, debería ser solo el primero de otros que denuncien las falacias y el monólogo del independentismo. Y desde luego, hacer presente al Estado. Hace años que muchas comarcas catalanas creen vivir en un país propio y se sienten ‘maltratadas’: deberían preguntarse cómo se sienten las zonas del país donde las comunicaciones son una aspiración o no hay manera de bajar el paro.

Lo dicen viviendo en una de las comunidades con mayor nivel de renta de España... Otra vez Chaves: las encuestas que cruzan renta y aspiraciones revelan que, a mayores ingresos, más sentimiento independentista. O sea, nada que ver con el buenrollismo y la solidaridad de los discursos.

Otro prestigioso catalán que alza la voz, el profesor Pedro Nueno, explica cómo Shanghái y Massachusetts, enclaves prósperos, están orgullosos de ser modelo y contribuir al desarrollo del conjunto de sus países, y ni se les ocurre proponer separarse de los menos ricos. Mientras aquí escuchamos a Rufián y ‘su derecho’ a ser diferente (o sea, superior), sabemos de familias que sufren en el Whatsapp y cómo a Juan Marsé lo tachan de ‘renegado’. Tiempos en que, como dice Antón Costas, "hay que tener más coraje para ser moderado que radical o conservador". Habrá que tenerlo.