Conllevarnos

Los intentos de secesión de Cataluña han ocupado muchas páginas de la historia de España. De nuevo toca conllevarnos: no dejarse arrastrar por minorías y defender la convivencia.

A lo largo del ‘procés’, el Gobierno de España ha dado muestras de quietismo, que también es templanza. Y días hay en los que parece que Rajoy tenga un historiador de cabecera trayendo a la actualidad los sucesivos intentos de secesión de nuestros vecinos y sus reiterados fracasos. Incluso que le susurra que, de nuevo, la mezcla de clases sociales en la banda del independentismo y sus contrarios intereses acabará por estallar y un gran sector de catalanes pedirá ser rescatado de su propia ‘rauxa’.

Unamuno, Chaves, Ortega,… En el primer tercio de siglo, grandes autores sufrían por lo mismo. Unamuno se ocupó mucho. Negaba la posibilidad de la doble ciudadanía y, agorero, sentenciaba: "La perderá, no me cabe la menor duda que la perderá", decía de España sobre Cataluña. (1918). El gran periodista Manuel Chaves Nogales, tras recorrer Cataluña en ocho reportajes de antología, era más optimista y, aunque destacaba el "entusiasmo popular" del soberanismo, concluía: "En Cataluña no pasará nada de lo que el español no catalán recela... Hay, por encima de todo, un hondo sentido conservador que se impondrá" (1936). Ya antes había escrito sobre los parlamentarios catalanes que "son notoriamente inferiores a su edificio, porque un buen parlamentario no se improvisa ni se construye tan fácilmente como un Parlamento". "Ochenta y tantos hombres no tienen derecho a restar calidad a un pueblo". (1931).

Ortega y Gasset, por su parte, proclamaba en las Cortes sobre el Estatuto de Cataluña (1932) que "el problema catalán, como todos los parejos a él, es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar".

Ahora ¿hacia dónde va la escalada secesionista presente y que, en palabras, cada día supera en furia al anterior?

El brillante historiador de las ideas, Isaiah Berlin, sostiene que, "en la historia, hay puntos nodales donde los actos de un individuo o de un grupo de individuos, libres para escoger entre diversas opciones, pueden tener las más vastas consecuencias. Eso es, las minorías pueden introducir cambios fundamentales y una minoría dura triunfar sobre una mayoría blanda". Admite, sí, que hace falta un clima, unas condiciones. Pero eso no es suficiente ni hace inevitables los acontecimientos, y duda de que el nazismo hubiera triunfado sin Hitler y el comunismo sin Lenin. Judío ruso en el exilio, Berlin describía con ese axioma la revolución rusa, y añadía cómo las clases medias detestaban a los reaccionarios pero temblaban frente a los radicales. Stefan Zweig lo noveló. La determinación de un hombre solitario, exiliado en Zurich, que vive en casa de un zapatero remendón, siempre leyendo, en abril de 1917 es ‘el viajero’ de ‘El tren sellado’. Con su llegada a la estación Finlandia, (vísperas de ‘diez días que conmocionaron al mundo’) se detona el proyectil que "ha destruido un imperio, un mundo". No parece que las condiciones que dice Berlin se den en Cataluña. Es una comunidad próspera, con elevado autogobierno –como hemos visto en la gestión de los atentados– y bienestar. Evocando a Chaves, cabe pensar que una mayoría desea conservar su bienestar. Y sus líderes, como diría el periodista, se muestran muy inferiores al edificio que quieren construir. Su comportamiento tras los atentados y sus atrabiliarias iniciativas los delatan. Es verdad que no hablan de eso, sino de su arcón de afrentas, a menudo imaginarias, esgrimido por una minoría dura que quiere arrastrar a una mayoría blanda. A veces, hasta lo logra: ahí está la vieja Convergencia estrangulada en el PDECat.

En este reeditado reto de la historia, toca superar comodidades y defender la convivencia. El Gobierno, con apoyo del PSOE y otros, con templanza, haciendo cumplir las leyes. Y la sociedad, unos a defender sin tapujos nuestro "equilibrio perpetuamente inestable", para que "las cosas funcionen sin demasiada injusticia" (el sabio Berlin, de nuevo); y otros, a no dejarse engañar con paraísos falsarios. Si no fuera por la fractura emocional que a cuenta de tanta metarrealidad sufren, apreciarían que ya viven en uno de los mejores rincones, de uno de los mejores países, del planeta. Y a conllevarnos unos a otros, y a dar tiempo y sitio a la Política. Que ninguno es mejor ni tiene más derechos que el de al lado.