Sánchez dimite y los críticos se imponen en un PSOE roto

La propuesta del ya ex secretario general de convocar primarias y un nuevo congreso perdió por 132 votos frente a 107. Una gestora liderada por el presidente asturiano, Javier Fernández, dirigirá de momento el partido. La salida de Sánchez abre la puerta a la formación del nuevo gobierno.

Pedro Sánchez
Pedro Sánchez
Juan Medina/Reuters

Pedro Sánchez ya no es el secretario general del PSOE. Y no solo porque así lo consideren sus críticos. El ahora simple diputado madrileño se ha dado finalmente por vencido, aunque aún está por ver que no intente volver a la carga en un futuro próximo. Cerca de las ocho y media de la tarde, y tras un bronco Comité Federal de cerca de doce horas, admitió la derrota ante sus críticos y anunció su dimisión. El partido queda ahora en manos de una comisión política que ha de decidir, entre otras cosas, qué hacer respecto a la formación de Gobierno y cuándo celebrar un congreso extraordinario para elegir nuevo líder. No será en menos de tres meses. La gestora que releva a la Ejecutiva saliente la va a dirigir el presidente de Asturias, Javier Fernández, una de las personas más respetadas en el PSOE por su trayectoria institucional y en el propio partido.


La oposición interna al hasta ahora jefe de filas socialista -personificada en la presidenta de Andalucía Susana Díaz, pero extendida a la mayor parte de los presidentes autonómicos y a todos los exsecretarios generales que la centenaria formación ha tenido en democracia- tiene claro que, tras haber logrado la caída de Sánchez, su objetivo ansiado, se tomará su tiempo. Hay mucho que hacer para restañar las heridas que la guerra fraticida y sin precedentes en la que se han sumido en los últimos meses, y especialmente en la última semana, ha dejado en todos los niveles del partido, superiores, intermedios e incluso militantes. Pero, además, los críticos quieren que sobre su denostado exlíder caiga el olvido.La militancia debe decidir

El ya ex secretario general se ha ido tras construir un valioso capital entre las bases que abominan de cualquier decisión que permita gobernar al PP. Hasta el último momento, tras perder por 132 frente a 107 la votación sobre las primarias y el congreso que pretendía celebrar (con votación de los militantes el 23 de octubre), se ha envuelto en el discurso del "no es no", que ayer coreaban con ímpetu algunos de sus seguidores a las puertas de la sede de Ferraz. Y lo ha hecho sabedor de que eso le blindaría en una eventual consulta frente a quienes, con Díaz a la cabeza, llevaban casi dos años moviéndole la silla.


"Sigo creyendo que debe ser la militancia quien decida estas cuestiones -dijo en su despedida sobre la gestora-; tiempo hay". Sánchez se ha construido un relato de mártir de las bases que quiere explotar. Él mismo reconoció hace unos días que tiene intención de presentarse a las próximas primarias del PSOE. No a las que deban elegir un candidato a la Presidencia del Gobierno, porque está convencido de que sus críticos optarán por abstenerse, pasar a la oposición y dejar gobernar a Rajoy, sino a las de secretario general.


Eso explica que los vencedores de la mayor guerra que ha vivido el PSOE en años no tengan ninguna prisa por pasar de una gestora provisional a una ejecutiva electa. Creen que, en unos meses, toda la épica que ha tratado de construir Sánchez en torno a su figura se esfumará. A priori, eso allanará el camino para que la presidenta de la Junta de Andalucía dé de una vez por todas el salto y ocupe el puesto que tanto tiempo lleva codiciando. Pero aún es pronto para dar nada por sentado. En política, a veces, las semanas son años.


La jornada que se vivió ayer en Ferraz, además, dio buena muestra de hasta dónde llega el deterioro de un partido que lo fue todo en España y que ha encadenado derrota tras derrota desde 2009 hasta hoy. Hubo broncas, insultos, discusiones a cara de perro... Durante varias horas pareció incluso que ni siquiera serían capaces de constituir el propio Comité Federal. Ni eran capaces de ponerse de acuerdo en qué votar ni en quién podía hacerlo (los críticos querían negar el voto a una ejecutiva a la que no reconocían tras la dimisión de 17 de sus miembros). Y por supuesto, tampoco había acuerdo sobre el cómo, si en votación secreta o pública.


Cuatro recesos, largas discusiones procedimentales y varios incidentes después, incluido un amago de votación en urna de Sánchez y los suyos, el aún secretario general admitió una votación nominal sobre su propuesta de un congreso exprés, en el sobreentendido de que si perdía dimitiría. Ya se había comprometido a ello el día anterior, rectificando su posición previa de resistir pasara lo que pasara, pero los críticos no terminaban de creerlo. Finalmente, cumplió.Recogida de firmas

En realidad, él ya sabía cuando accedió a que la votación no fuera secreta que todo estaba perdido. Exasperados por el enésimo intento de los oficialistas de imponer sus condiciones, sus adversarios iniciaron una recogida de firmas entre los miembros del Comité para presentar una moción de censura contra lo que quedaba de ejecutiva y tumbarla. Sabían que no podrían votarla en este cónclave y que, por motivos estatutarios, tendrían que esperar a una nueva reunión, pero la operación tuvo la virtud de medir, de una vez por todas, las fuerzas. Las firmas demostraron que Díaz y el resto de los barones tenían mayoría. Y Sánchez prefirió fabricarse una muerte digna, una suerte de inmolación por los militantes.


Con el secretario general y su dirección cae el secretario de Organización, César Luena, que durante estos dos años se ha granjeado la animadversión de los secretarios regionales con responsabilidades de gobierno por el modo de llevar el partido, y quedan muy dañados el portavoz en el Congreso, Antonio Hernando (a pesar de que incluso los críticos reconocen sus buenos oficios) y el del Senado, Óscar López, pupilo aventajado de muchos de los que se subieron al barco antisanchista pocos meses después de su elección en el congreso extraordinario de 2014 (fue mano derecha del exvicesecretario general, José Blanco, y número tres del partido con Alfredo Pérez Rubalcaba).


La travesía que le queda al PSOE no es fácil. En estas condiciones acudir a unas terceras elecciones puede ser un suicidio, pero muchos barones temen la reacción de sus afiliados si se decide desbloquear el Gobierno del PP. Una vez más están ante el "susto o muerte".

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