EUROPA

¡Que nadie toque el texto!

¡Que nadie toque el Tratado! Parece ser la consigna, casi bélica, presente entre bastidores ayer en el Consejo Europeo de Bruselas. La mayoría de los socios comunitarios están dispuestos a hacer frente al pulso lanzado por la canciller germana, Angela Merkel, para modificar el Tratado de Lisboa, aunque sea en una reforma descafeinada.


Merkel, que cuenta con el apoyo del presidente francés, Nicolas Sarkozy, en su intento por reabrir el debate institucional, al que se opone férreamente España, está dispuesta a dar la batalla, pero el resultado solo se sabrá hoy, al final de la cumbre europea, que promete ser especialmente tensa.


Berlín intentará doblegar a 25 socios en su cruzada para cambiar el Tratado con dos objetivos básicos: convertir en permanente el fondo de rescate al euro y, de paso, evitar una posible amonestación del Tribunal Constitucional germano, muy celoso en lo que atañe a asuntos monetarios, como rémora histórica de su vigilancia respecto al fenecido -y por muchos añorado- marco alemán.


Toda Europa se ha dado cuenta de que detrás de la maniobra germana está el temor de Merkel a que este tribunal pudiera poner reparos al multimillonario fondo trianual para blindar al euro, por valor de 750.000 millones de euros (a tres años), aprobado por los 27 en mayo pasado. Así lo entendió el jefe de Gobierno sueco, Frederik Reinfeldt, quien criticó a Merkel por usar un tema interno en este juego de poder europeo. "Para arreglar los problemas de Alemania no deberíamos crearles problemas a otros", comentó.


Pero parece que Berlín, y por extensión París, se consideran moralmente capacitados para reabrir la caja de Pandora de una modificación del Tratado. Y es que, con más del 50% de los 440.000 millones de euros sobre el total de 750.000 millones que los Veintisiete aprobaron en mayo, junto al Fondo Monetario Internacional, para blindar al euro, Alemania y Francia quieren volver a dejar claro que, una vez más son los motores de Europa y que nada (o casi) se puede hacer sin su plácet político. Las negociaciones, pues, serán a cara de perro.