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Miedo al contagio árabe en China

El régimen comunista censura la información, reprime a la disidencia e intenta desactivar a los medios de comunicación extranjeros en un esfuerzo para que las revueltas que sacuden el mundo árabes no le lleguen.

Agentes arrestan a un manifestante coincidiendo con la sesión de la ANP el día 5 de marzo en Pekín.
Miedo al contagio árabe en China
B. S./EFE

Poner el remedio antes que la enfermedad. Eso es lo que practican las autoridades chinas ante el temor de que las protestas que afectan desde el pasado diciembre a los países árabes puedan extenderse al gigante asiático. Para que estas revueltas no contagien al país, el régimen chino censura la información, reprime a la disidencia y la siguiente vuelta de tuerca ha sido intentar desactivar a la prensa extranjera.

"Son conscientes de que hay problemas graves y de que peligra algo la estabilidad del país. Cuando hablamos de China la situación siempre es preocupante. El régimen no respeta ni su propia legislación, como es por ejemplo la libertad de prensa", apunta Alfred Cerdán, portavoz de Amnistía Internacional para China en España. Este hace hincapié en el aumento de la represión en estas últimas semanas. "Desde el 19 de febrero cien activistas han sido detenidos o están bajo vigilancia sin haber un procedimiento formal en la mayoría de los casos. Además esta represión es más generalizada", añade.

La primera llamada a las "protestas jazmín" en China fue el pasado 20 de febrero, cuando un centenar de personas se concentraron en Pekín, Shanghái, Cantón y Hong Kong con algunos incidentes aislados y arrestos.

Después ha habido más convocatorias que han quedado en conatos de protestas o manifestaciones fantasmas porque por lo general había más policías y periodistas que manifestantes. La férrea censura que impera sobre internet hace que la mayoría de los chinos desconozcan dichas convocatorias.

Quince periodistas detenidos

En una de ellas, el pasado día 6 en Shanghái, fueron detenidos 15 periodistas extranjeros, entre ellos el corresponsal del periódico 'El Mundo', Aritz Parra. "Varios periodistas extranjeros nos habíamos acercado al lugar de la convocatoria de las protestas. Todos los accesos a la zona estaban fuertemente vigilados, con policía que comprobaba la identidad de todos los extranjeros. Nos dimos cuenta de que lo que buscaban eran periodistas para no dejarles acceder a la zona. Por un subterráneo del metro acabamos llegando a los cines Peace. Estuvimos un rato merodeando por el centro comercial pero cuando salimos fuera, para ver qué se 'cocía', nos pidieron inmediatamente la documentación", relata Parra desde China donde lleva cuatro años trabajando como corresponsal.

De ahí les llevaron a una oficina, donde "habían improvisado un comando de operaciones". Metieron sus datos en ordenadores, les condujeron a un sótano ("un búnker que se utiliza de refugio antiaéreo") y allí esperaron hora y media a un interrogatorio. "El trato fue en todo momento muy cuidadoso y relativamente amable", apunta el periodista español. Después quedaron libres.

Para la prensa extranjera lo grave de este hecho es lo que deja traslucir. "El miedo de las autoridades a que los periodistas extranjeros sean testigos de algo que ni siquiera está pasando. Lo grave es cómo China está dando marcha atrás, en la práctica, a una serie de libertades que, al menos sobre el papel, de acuerdo a la legislación vigente tras los Juegos Olímpicos, se creían ya asumidas. En todo caso, lo peor es para la prensa china, que sí está sometida a la censura y donde los reporteros que cruzan la línea de lo permitido pueden sufrir graves consecuencias", afirman a este diario desde Pekín otros periodistas extranjeros. Un ejemplo es el caso, como recuerda Cerdán, de un reportero encarcelado 10 años por mandar un email al extranjero. "Un resumen de una noticia", aclara.

El Gobierno chino ha responsabilizado estos días a la prensa extranjera de intentar crear noticias y caos al acudir a cubrir "protestas de jazmín" convocadas por internet. "¿Por qué cien periodistas se concentran en un lugar específico? ¿Quién instigó esa asamblea? ¿Qué hacían allí cuando no pasaba nada?", se preguntaba la portavoz del Ministerio de Exteriores chino, Jiang Yu, ante una convocatoria en la céntrica calle de Wangfujing de Pekín. "Si acatan las leyes y desarrollan verdadero trabajo periodístico no tendrán problemas", advertía a modo de amenaza.

Cualquier excusa

La realidad es la dificultad de informar. "Nos han dejado muy claro que no quieren vernos cerca de las convocatorias para protestar. La manera de decirlo es exigiéndonos un permiso especial de ciertas 'oficinas locales de gestión' en las zonas donde se convocan estos actos. Nos pueden decir que vamos a provocar desorden público con nuestra labor o que vamos a interrumpir el tráfico. Cualquier excusa valdrá", señalan periodistas destacados en China que prefieren guardar el anonimato.

Respecto a la posibilidad de que el contagio de las revueltas árabes calen en la sociedad, los líderes chinos lo descartan y tachan las protestas en el Magreb de «grotescas y poco realistas». «Estén tranquilos, eso no sucederá aquí», subrayaba recientemente el portavoz de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino, Zhao Qizheng.

También lo dudan a corto plazo algunos reporteros extranjeros, que resaltan que hasta ahora no hay una respuesta contundente y que la revolución es más privada que colectiva. «Mientras cada uno esté pendiente de mejorar en su pequeño espacio de vida (y el gobierno favorezca ese espacio de crecimiento personal, profesional y hasta económico) no demuestran un interés especial por otros objetivos colectivos», aseguran.

También resaltan que no hay que olvidar otras claves. Entre ellas que la convocatoria llega desde el exterior por parte de disidentes exiliados, pero sin un liderazgo con empuje dentro de China. O que la mayoría de la gente no quiera echarse a la calle arriesgando su seguridad o la de sus allegados. «Existe una percepción generalizada de que las protestas, al igual que ocurrió en Tiananmen, son contraproducentes en el sentido de que no fuerzan más la apertura, sino todo lo contrario», subrayan.