Julian Assange, FUNDADOR DE WIKILEAKS

"La primera víctima de la guerra Iraq es la verdad"

EL fundador de Wikileaks, Julian Assange, afirmó ayer que "la primera víctima de la guerra es la verdad"EL fundador de Wikileaks, Julian Assange, afirmó ayer que "la primera víctima de la guerra es la verdad".

Assange, en la rueda de prensa que ofreció ayer en Londres.
"La primera víctima de la guerra Iraq es la verdad"
F. TRUEBA/EFE

EL fundador de Wikileaks, Julian Assange, afirmó ayer que "la primera víctima de la guerra es la verdad". Nada nuevo. Ya en 1917, el congresista estadounidense Hiram Johnson acuñó esa célebre frase, que está 'escrita' en letras invisibles en las paredes de las redacciones de todos los medios de comunicación: "La primera víctima de la guerra es la verdad". De hecho, esta ha sido una constante desde que, en 1854, William Howard Russell se convirtiera en el primer periodista civil en informar sobre una guerra, la célebre carga de caballería en la batalla de Balaklava. Su relato empezaba así: "A las 11,00, nuestra Brigada de Caballería Ligera se precipitó hacia el frente". Y terminaba así: "A las 11.35 no quedaba un solo soldado británico, excepto los muertos y los moribundos, ante los sangrientos cañones moscovitas". Era la primera vez que un periódico inglés, 'The Times', contaba con claridad una derrota inglesa.

Desde entonces, los militares de todos los países han controlado de una manera o de otra a aquellos que se acercan al frente como profesionales de la información. Siempre les han dicho lo mismo: "No digan nada hasta que la guerra no haya acabado, entonces cuénteles quién ha ganado". Durante un duro tira y afloja, en el que los corresponsales lograron sus mayores éxitos informativos en Vietnam, ambas partes lograron mantenerse en pie. No obstante, todo cambió con la guerra de las Malvinas: los escasos periodistas presentes solo pudieron informar tal y como el Ejército británico quiso que lo hicieran y, además, aceptaron sus condiciones. Desde entonces se ha consolidado la estrategia de las mentiras, la manipulación, la propaganda, la confusión, las distorsiones, las omisiones, las interpretaciones sesgadas y la simpleza a la hora de informar.

En el férreo control de la información por parte de los Ejércitos, hay un antes y un después de Vietnam (1958-1975). En esta guerra, Estados Unidos perdió la batalla de la comunicación. Aprendió la lección y ya nunca más ha dejado de poner el mayor interés en controlar y manipular a la opinión pública, tanto propia como ajena. Para empezar, intentando evitar por todos los medios tanto la libre circulación de periodistas como las bajas de sus propias fuerzas.

Daños colaterales

Los conflictos bélicos siempre han tenido un componente de propaganda. No obstante, en los últimos conflictos, el manejo de la información es un factor esencial. Hoy más que nunca puede decirse que la realidad bélica no es lo que es sino lo que se percibe de ella. Hay, de hecho, dos percepciones muy diferentes. Ante un bombardeo, las víctimas directas solo ven muerte y destrucción. Sin embargo, quienes tienen noticia de él a través de la prensa pueden quedarse con un simplón relato cuasi cinematográfico de 'ataques quirúrgicos', 'bombas inteligentes' y 'daños colaterales' sin rastros de sangre. La opinión pública de cualquier país democrático no aceptaría una guerra si esta le fuese mostrada en toda su crudeza a través de los medios de comunicación. Aunque fuese legítima, pondría en cuestión a sus propios gobernantes.

En la doctrina del Pentágono posterior a Vietnam, el éxito de la guerra depende de la capacidad para controlar la opinión pública y la cobertura informativa, en la que se privilegia el objetivo de mostrar el acontecimiento inmediatamente para movilizar a la ciudadanía en favor de la solución bélica de los conflictos. En este nuevo contexto de las relaciones entre el ciudadano y el gobierno, el objetivo prioritario de quienes ejercen el poder en los países occidentales es lo que el profesor Chomsky denomina la 'producción del consentimiento'. Se trata de lograr el apoyo de la opinión pública para participar en un conflicto ofreciéndole razonamientos simplistas y, a menudo, falsos, que ocultan los objetivos reales.

Después de los atentados del 11-S de 2001, la estrategia de intoxicación informativa dio un paso adelante en Estados Unidos. Así, la Administración Bush creó la Oficina de Influencia Estratégica con el objetivo de "suministrar noticias, posiblemente algunas falsas, a medios de prensa extranjeros como parte de un nuevo esfuerzo para influir en la opinión pública y los gobernantes", según fuentes militares norteamericanas citadas por el diario 'The New York Times'. "Esas noticias podrán ser verdaderas o falsas, y afectar a países amigos o enemigos. Solo importa que contribuyan a crear un ambiente propicio para las operaciones bélicas estadounidenses".

En esta estrategia manipuladora para lograr legitimidad pública, un elemento fundamental es la 'guerra cero muertos'. Es decir, el conflicto sin muertos, en la medida que el apoyo a la intervención armada desde la opinión pública y las instituciones políticas nacionales e internacionales es inversamente proporcional al número de bajas. La experiencia de Vietnam demostró que el público estadounidense tiene poca tolerancia ante las bajas. Por ello, en 1991, el presidente George Bush prohibió a la prensa tomar fotos o grabar imágenes de los ataúdes de los soldados muertos en combate. Este veto se ha mantenido hasta la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca. Por primera vez en 18 años, los medios norteamericanos emitieron el 6 de abril de 2009 sus propias imágenes del retorno al país de los restos de un soldado muerto en una guerra.

La periodista Mercedes Gállego, que narró en HERALDO la guerra de Iraq de 2003, hablaba de la frase que el general Tomy Franklyn acuñó para conjurar el fantasma de Vietnam: "We don't body count" ("Nosotros no contamos cadáveres"). Recordaba que "sus oficiales la repitieron hasta la saciedad cada vez que los miembros de la prensa preguntábamos por las víctimas iraquíes". Ahora, esas víctimas están cuantificadas e identificadas mediante el portal Wikileaks.

La revelación es, en todo caso, un hecho insólito, que generará nuevos controles oficiales para impedir que vuelva a repetirse. La pugna entre la prensa (de calidad) y el poder por revelar-ocultar la verdad sigue adelante.