ORIENTE PRÓXIMO

La industria de los tuneles en Gaza

Gaza sobrevive al embargo israelí gracias a 1.500 grutas que llegan a medir cinco kilómetros y que cuentan con hilo telefónico para avisos de urgencia.

Primero fueron los cigarrillos. Y el oro y el café... Y el hachís. El primer túnel para sortear la frontera que separa Gaza de Egipto se cavó a pico y pala dicen que en 1982, al ritmo de las ansias de un contrabando que hizo ricos a unos pocos. Luego llegó la desenfrenada proliferación de galerías subterráneas que siguió en 1987 al estallido de la Primera Intifada y en 2000 a la declaración de la Segunda, cuando los pasadizos se multiplicaron hasta sumar más de 300.


Entonces, brotó el tráfico clandestino de armas, de cohetes, minas, morteros granadas y rifles. Se trataba de pertrechar a un ejército, o a los ejércitos de las milicias de Hamás Fatah o la Yihad Islámica levantadas en guerra contra Israel.


Animales para el zoo


Pero la industria del túnel hoy es otra cosa. Es hija del embargo. En 2006, después de la victoria electoral de Hamás, Israel declaró contra Gaza un bloqueo económico que dejó fuera del alcance de los palestinos cualquier producto que no fuera de primera necesidad. Eso no incluía pañales, móviles, carne o simples rotuladores, y en una sociedad de un millón y medio de personas, su demanda estimuló el crecimiento salvaje del lucrativo negocio sumergido de los pasadizos.


Los palestinos no se resignaron a vivir con una economía de la Edad de Piedra, y a rastras por las grutas se inventaron un mercado paralelo, carísimo, con el que se proveen de cocinas de queroseno, motos, chocolate, pantallas de plasma. Incluso han habitado el zoo local con leones, tigres, llamas y monos, que hicieron su viaje subterráneo anestesiados. Los túneles son un cordón nutricio, umbilical.


Y cada vez son más, se calcula que hasta 1.500; más largos, hasta cinco kilómetros para esquivar la vigilancia en las orillas de la frontera; más profundos, se hunden hasta 35 metros porque ya discurren unos debajo de otros, se ramifican en afluentes. Y más sofisticados. «Ahora se podría dormir en los túneles», asegura Abu al-Abed, de 27 años, copropietario, junto a otros doce, de uno de ellos.


De la pala se evolucionó a primitivas excavadoras manuales de madera, y ya a motores que desalojan tierra sin miedo al ruido. Sus paredes se refuerzan con travesaños. Que Israel bombardeara decenas de ellos en la campaña 'Plomo Sólido' lanzada entre diciembre y enero en Gaza, ha terminado sacándolos a la luz: los túneles son ya un comercio a cielo abierto. Algunos tienen luz eléctrica e hilo telefónico para avisos de urgencia


En las entrañas de muchos, los víveres, los utensilios o la tecnología del hogar siguen, por supuesto, viajando entre cargamentos de armas, un tráfico que Hamás lucha por controlar en exclusiva y bajo la imposición de cánones. Los túneles también se alquilan a buen precio sin preguntar para qué, y en muchas ocasiones es para facilitar a través de ello la huída de perseguidos buscados por Israel o por una facción enemiga.


Abu al-Abed y sus socios acaban de reparar su túnel con un gasto de 4.000 dólares (3.000 euros). Pero la cosa está muy fea: «Los judíos y los americanos han presionado a Egipto, que acaba de colocar cámaras y sensores por todas partes para vigilar el contrabando», confirma.