GUERRAS

Dos décadas de rompecabezas en Oriente Próximo

Hace veinte años, el 2 de agosto de 1990, Sadam Husein invadió Kuwait. Comenzó así un reajuste geoestratégico de Oriente Próximo y Medio que aún perdura.

El presidente Sadam Husein arenga a sus seguidores en 1990.
Dos décadas de rompecabezas en Oriente Próximo
EFE

La situación de Oriente Próximo y Asia Central es semejante a un rompecabezas. De hecho, lo ha sido desde principios de siglo XX, cuando la descomposición del Imperio Otomano dejó abierta la puerta para que cualquier poder extranjero pugnara por llevarse la mejor tajada de las riquezas de la zona.

Como los viejos puzles, que están formados por tacos de madera o cartón en cuyas caras hay porciones de dibujos que se deben reconstruir colocando las piezas en la posición y el orden debidos, Oriente Próximo y Medio aglutinan un conjunto de territorios y pueblos que han formado distintos panoramas geoestratégicos según las épocas.

Todos los grandes imperios han intentado controlar este espacio que es la bisagra entre Oriente y Occidente. En el siglo XVIII, los rusos fueron incorporando sus tierras hasta configurar el imperio zarista. Pero un siglo más tarde se debieron disputar el control de Asia Central con la victoriana Inglaterra imperial. Fue el llamado 'Gran Juego' el que estrelló a los ejércitos británicos tres veces consecutivas en Afganistán en su frustrado intento de dominar las llanuras de Kabul para transformarse en vecino de la gran Rusia. Y si en los albores del siglo XX el área fue una de las zonas de expansión del colonialismo europeo, en el periodo de entreguerras fructificaron el nacionalismo árabe y las aspiraciones de independencia. Pero, a partir de 1945, los nuevos Estados soberanos se vieron sometidos a la inestabilidad provocada por los intereses occidentales sobre el petróleo, la lucha ideológica entre Estados Unidos y la Unión Soviética, y el estado de guerra latente entre árabes y judíos. En los años ochenta, el imperio soviético se vino abajo, entre otras razones, por la absurda invasión de Afganistán. La URSS perdió aquella guerra y el imperio se resquebrajó hasta su descomposición.

Al principio, París y Londres, después Washington y Moscú, todas las grandes potencias han intentado reordenar las piezas a su antojo. Pero, como el propio nombre del juego indica, un rompecabezas es cualquier cosa complicada y difícil de resolver.

'Tormenta del desierto'

Hace dos décadas, el 2 de agosto de 1990, el dictador iraquí Sadam Husein intentó mover una de las fichas. Invadió el petro-emirato de Kuwait. Seis meses más tarde, la operación 'Tormenta del Desierto' se encargó de demostrar que este juego solo es para los más poderosos. Nadie iba a cambiar la situación de la zona sin el permiso de la superpotencia que había salido victoriosa de la Guerra Fría: Estados Unidos. Aunque Sadam Husein era un valioso aliado de Washington para frenar al Irán islamista de Jomeini, el presidente George Bush (padre) aprovechó la invasión, una violación del derecho internacional, para crear una gran coalición internacional de 34 países y atacar Iraq. El inquilino de la Casa Blanca quería asegurarse el control de las mayores reservas de oro negro (Arabia Saudí, Kuwait e Iraq) y, de paso, tomar posiciones en esa área estratégica.

El rais iraquí, el héroe cuya derrota llenó de frustración a todo el mundo árabe, no consiguió nada, pero lo transformó todo. Las piezas del antiguo orden (por más desordenado que este fuera) fueron repentinamente revueltas con la anarquía propia de quien quiere comenzar desde el principio. Los viejos marginados se transformaron en vencedores (Siria, Irán, Egipto, Israel), y los mejor situados antes de la crisis acabaron en el grupo de los derrotados (Jordania y la OLP) por alinearse con Sadam en el conflicto.

Nuevo orden internacional

Con estas nuevas fichas, el presidente Bush (padre) intentó buscar el diseño que sirviera como patrón para reorganizar el área. El líder estadounidense que había acabado con la URSS de Gorbachov habló de un nuevo orden mundial sustentado en los principios de seguridad colectiva y el gobierno de la ley. Pero esta era una declaración general que dejaba abiertos múltiples interrogantes. Washington quería hacer una jugada geoestratégica después de su victoria sobre el campo de batalla. Se trataba de descubrir un buen modelo y encajar las piezas hasta formar el dibujo deseado.

Con el colapso de la URSS y la primera guerra del Golfo de 1991, EE. UU., como superpotencia hegemónica, se planteó el reorganizar y poner bajo su control el área geoestratégica más importante del mundo: Oriente Próximo y Asia Central. Era su recompensa por haber vencido en la Guerra Fría.

Bush padre no quiso saltarse las resoluciones de la ONU que no le autorizan a invadir Iraq y, sobre todo, no quiso arriesgarse a desmembrar un país que le seguía siendo necesario para taponar a Irán. Doce años más tarde, su hijo, que sucedió a Bill Clinton en la Casa Blanca, no fue tan prudente y en 2003 derrocó a Sadam e inició una guerra de la que todavía no ha podido salir. Más de 140.000 soldados estadounidenses siguen atrapados en un conflicto que arrancó hace veinte años.

La invasión de Kuwait también tuvo como consecuencia el nacimiento de Al Qaeda. La construcción de grandes bases militares del Pentágono en Arabia Saudí llevó a que Osama bin Laden, antiguo aliado de EE. UU. contra los soviéticos en Afganistán, y otros radicales levantaran la bandera terrorista antioccidental. El atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York en 2001 fue su desafío más estremecedor contra el poder de Washington. Bush (hijo) aprovechó esa circunstancia para lanzarse contra los talibanes en Afganistán por su apoyo a Al Qaeda y, de paso, aunque nada tenía que ver Sadam Husein con el terrorismo islamista, para derrocar al presidente iraquí. Inició, pues, dos guerras, que aún siguen desangrando Estados Unidos, porque quería ir más lejos que sus antecesores y asumió las teorías de los estrategas neoimperiales que consideran que solo será potencia global quien tenga el control de Asia Central.

Un nuevo 'gran juego'

Hoy, Oriente Próximo y Medio es la zona del planeta más codiciada y más convulsa. Está en juego el petróleo y el gas del siglo XXI porque la cuenca del Caspio y la región del Golfo concentran el grueso de las reservas energéticas mundiales. Pero no solo eso, también hay como botín el acceso al Gran Oriente Medio, el control de la frontera occidental de China?

Por eso, EE. UU., Rusia, China y la UE pugnan en este nuevo 'gran juego'. Todos quieren montar el puzle que mejor satisfaga sus intereses. Claro que quien olvide que un rompecabezas también es una arma medieval compuesta por dos bolas de hierro, se arriesga a que el juego del rompecabezas geoestratrégico acabe transformándose en un arma capaz de romper cualquier cabeza, por muy clarividente que sea.